miércoles, 3 de diciembre de 2008

La estructura que recorta el cuerpo

“Puede ser que haya otro mundo dentro de este, pero no lo encontraremos recortando su silueta en el tumulto fabuloso de los días y las vidas, no lo encontraremos ni en la atrofia ni en la hipertrofia. Ese mundo no existe, hay que crearlo como el fénix. Ese mundo existe en este, pero como el agua existe en el oxigeno y el hidrógeno, o como en las páginas 78, 457, 3, 271, 688, 75 y 456 del diccionario de la Academia Española está lo necesario pare escribir un cierto endecasílabo de Garcilaso. Digamos que el mundo es una figura, hay que leerla. Por leerla entendamos generarla”.
Julio Cortázar.

¿Cuál es la muerte? ¿La física o el límite al que llega el Otro? Ese límite que se siente en la piel, quizás a partir de una frase, de un gesto, de una idea ilimitada, que no se deja leer, al tiempo que se deja rechazar desde la primera hasta la última letra. Pero entonces ¿hay letra en la muerte del Otro? ¿Qué tanto se puede leer, aproximarse a sus hilos, correrle el manto que la envuelve y estupidiza? ¿Es la fuerza, motor, energía de los hijos por venir los que en su dimensión más clara dibujan el límite hasta donde el Otro llega, porque ya no reconoce o porque ya reconoció lo suficiente? Algo así como que murmuran con sus vocecitas diciendo: “tranquila mamá, ya se de tu pregunta, ya la entiendo, ya lo estoy viendo”.
Asco, pero no cerrar los ojos para no ver. No espanto. No sobresalto. No “¿¡pero cómo?!”Asco como límite, como reacción primera a la frase que pretende envolver para quedarme mirando. Ya no. Ya no. Demasiado cuerpo y finales postergados. Cuando el final es un límite. Un punto. Una escritura que se deja leer y convoca a escribir y hacer historia de uno. Y es que Uno no es el Otro. Y el límite está ahí para ponernos a salvo de tanto cuento de la infancia que nos inscribieron en las orejas. Pero hay otra historia. Porque hay un más allá del lenguaje. Porque se puede recuperar el paso perdido, el no dado, el instante de duda, de pensar para adentro que el Otro no tiene toda la razón. Porque la razón no es toda y eso es un hecho. Porque tenemos los sueños y porque lo reprimido tiene estrictamente que ver con uno. Y nadie puede venir a uno a robarle el símbolo. Porque el símbolo no se borra ni se destierra ni se saca de un portarretrato ni de una cajita para ponerlo en otra.
Manzana (a pocos días de un final y entonces cuatro materias).

lunes, 1 de diciembre de 2008

Estaciones Perdidas



Aquella noche la estación Constitución se encontraba más vacía que de costumbre. No había ningún chancho por lo cual evite pagar boleto, y fui directamente al primer vagón y me senté en el asiento que se encontraba al lado de la puerta. Repose mi cabeza contra aquella rígida butaca y me propuse prestar atención aquel paisaje. No solo parecía haber poquísima gente, sino que luego de una inspección más precisa, no había nadie. De repente habían desaparecido toda alma a mí alrededor. La verdad es que no recordaba si realmente había visto a alguien aquella noche, o había sido solo el reflejo de una imagen habitual, la repetición de una situación rutinaria. El tema es que estaba solo en el vagón, y creo que en todo el tren, o más bien en toda la estación. Me levante del asiento, me asome al andén y mire al fondo del tren a ver si veía a alguien; ya que era inaudita mi soledad. Pero tras la niebla no había nadie. Mire también hacía los andenes donde sale el ferrocarril a La Plata, pero ni siquiera se encontraba el tren. En ese momento escuche el habitual chiflido del chancho que avisa la salida del tren. Se cerraron las puertas y quede dentro, entonces a lo único que atine fue a sentarme, ya que debía llegar temprano a mi casa, porque tenia que madrugar como todos los días.

Primer envión del tren. Dejaba la estación a su paso, una estación vacía y el recuerdo de algunas otras idas y venidas. El ruido de las maquinas empezaba a aumentar a su paso e iba imponiendo una nueva sinfonía a mis oídos. Pensaba en la soledad de mi viaje, pero mucho no me preocupaba. Quizás hasta estaba contento de ser el único afortunado de aquel viaje. Tampoco sabía si en los vagones de adelante había alguien porque no había llegado a visualizarlos, además el tren no se podía movilizar solo, alguien lo debería estar conduciendo, y en todo caso el chiflido lo había escuchado. Así que realmente no debería estar solo. Por lo cuál deje de pensar en aquello, y comencé a ver por la ventana como íbamos dejando los últimos trazos de la estación y ya adquirimos mayor velocidad.

Que extraño era lo desértico de este vagón, mis amigos no me lo iban a creer. Me paré y comencé a caminar por el pasillo pasando de un vagón a otro hasta llegar a la mitad del tren donde había una puerta que me impedía seguir. No encontré a nadie. Me apoye contra la puerta a esperar la llegada a Hipólito Yrigoyen para pasarme a la parte de adelante del tren y continuar mi búsqueda. Cuando llegue a Hipólito Yrigoyen estaba despoblada como de costumbre, y corrí para pasarme al otro vagón, me apoye en la puerta y agudice los sentidos para ver si entraba o salía alguien pero no fue el caso. Cuando resurgió el andar el tren reanude mi caminata buscando algún desdichado por ahí, pero llegue al final del tren y no había nadie. Seguía solo. Descanse contra la puerta que va a la cabina del conductor para intentar escuchar algo, pero el crujido de las maquinas me lo impedía. Sonaba como al sonido de una radio pero no lo distinguía bien. Cuando llego a la Estación de Avellaneda ya me empecé a asustar. No entro nadie y no había nadie. En ese momento empecé a pensar en la posibilidad de salir del tren, y asomarme por la ventana del conductor. Pero no me anime. El impacto de la desolación de aquel momento me petrifico contra un asiento. Un nuevo arranque y yo inmóvil, pero decidí seguir mirando como desaparecían los últimos edificios de Avellaneda y con ellos las últimas luces.

Ya me introducía a los campos de Gerli, lo insólito de mi situación se mezclaba con la oscuridad de esos terrenos abiertos a la desaparición, y yo intentando rastrear posibles formas de entender, y de vez en vez volvía mi mirada hacia el vagón con la falsa esperanza de ver a alguien. Viejas maquinas y un agujero negro del campo que formaban el paisaje del lado izquierdo del tren, y una calle barrial del otro., por eso me repuse y me senté del lado derecho del tren. No todos los días se podía elegir el asiento. Pero en aquella calle tampoco pasaba ningún transeúnte, las casas tenían las persianas bajas, las luces amarillentas de los faroles le daban un aspecto incierto al barrio. Miraba esperando encontrar algo, algo que se mueva, pero no había perros ni gatos, nadie se asomaba a esas hora de la noche, ni un auto ni bicicletas, nada. Empecé a ver como se movían las hojas de los árboles, como iban de un lado al otro, como el viento los envolvía y tiritaba haciendo de las sombras el único espectáculo decente de esta noche. Mientras tanto la luna desaparecía tras los nubarrones que llegaban con aroma a lluvia, y yo volvía a bajar los ojos y veía como mis manos cada vez eran más amarillas, más grises y cada vez más irreales.

La callecita desaparecía y el aroma a lluvia ingresaba en el ambiente. Otra vez los campos y el lado oscuro que ingresaba en mi pecho, unas gotas en la ventana anunciaban la lluvia. Una gota mojo mi mejilla, estaba llorando y ella a mi lado. Yo le decía que la estaba esperando, y ella me respondía que ya lo sabía, que por eso estaba a su lado. Me pregunto porque no le había dicho antes, y le conteste que estaba viajando mucho, buscando formas de decírselo y de demostrárselo, y que solo faltaba un encuentro, un momento en que los dos juntos en soledad podremos mirarnos a los ojos. Ella me beso, y un aire fresco ingreso dentro mío, sentía como si el interior de mi pecho se ampliara y quebrara una estorbo que llevaba dentro. Cuando quite mi boca de su boca, la mire a los ojos, y permanecimos en silencios unos segundos. No sabía que decirle pero no me importaba, parecía irreal. No se como luego la invite a volverse conmigo del trabajo y ella acepto. Estaba hermosa, sentía como si la arrastraba el último rayo del sol, los dos de la mano, ella brillaba y yo solo era su sombra. Llegamos a Constitución y había mucha gente como de costumbre, pero yo solo veía a ella.

En eso sentí el ruido de las puertas que se abrían, la lluvia ya ingresaba al tren y mojaba mi nuca, era una fuerte tormenta. Estábamos en Gerli y no entraba ningún vendedor, así que ya la ausencia de pasajeros no me asombraba. Ni siquiera entraban los vendedores habituales que yo saludaba todos los días, los que me comentaban las noticias del día, los que debes en cuando me entregaban algún pancito con chicharrón para llevar para el desayuno. Pero de repente me dije: ¿donde estaría toda la gente? Es la primera vez que me lo preguntaba. Y que raro que aquella inquietud me allá surgido en Gerli que acostumbra a estar despoblada. Pero lo que realmente me hacía ruido es que nunca me importo la demás gente, nunca me importo su ausencia sino la mía; a lo que le temía era simplemente a mi soledad, a la situación de que nadie este a mi lado, la rareza de mi escenario. A las personas las concebía solo como un pedazo más de escenario, y quizás ellos a mi. ¿Dónde estará todo el mundo?, ¿abra pasado algo? ¿Dónde estaré yo?

La tormenta sonaba muy fuerte contra el trecho del tren y en las calles de Lanus ya se observaba un gran espectáculo entre los árboles y las destellas de los relámpagos. Detrás de la lluvia intentaba encontrar a alguien pero era en vano. Era una multitud de agua la que caía del cielo, el vidrio apenas me permitía observar. La lluvia me tranquilizo un poco, y ahí comprendí que este viaje desolador me alteraba, pero al apoyar mi cabeza contra el vidrio pude descomprimirme un poco. Un llanto fuerte sentía en mi oído. Era como si la lluvia me estaba mostrando un nuevo nacimiento. El llanto se hacia cada vez más fuerte hasta que se convirtió en un grito. Y todo término en una melodía, que no sabía bien de donde salía, creo que era un blues pero tranquilamente podía ser un soul. Tenía los ojos cerrados y cantaba. Con mi mano derecha golpeaba las dilatadas cuerdas del bajo, ese que me había prestado mi primo hace tanto tiempo, con el cuál experimentaba mis instantes más armoniosos, cuando lo hacía vibrar durante largas noches hasta dormir. Que feliz que era manoseando ese instrumento tan triste, produciendo sonidos bluseros tan melancólicos. Que increíble estar viviendo de aquellas resonancias, recorriendo fronteras y paisajes haciendo lo que más quería, mi música. Cuantos recitales, cuantos ensayos y cuanto rock and roll. Pero para que pase todo esto tendría que evitar todos mis años en la compañía de seguros. Uno no puede estar en dos lugares al mismo tiempo, o eso creo, aunque el grave sonido de mi bajo resonaba como el choque de la lluvia contra el techo del tren. Quizás en el fondo toda mi vida trascurre a través de una tonalidad Mi de bajo, en cuanto deja de vibrar duermo, y según la intensidad de su tono vivo. Quizás mi vida es un eterno solo de bajo, que me lleva de un lado a otro, que me introduce en los espacios y pensamientos más insólitos, y que me deposita de vez en vez en el interior de mi creación, como en este momento, solo en la inmensidad, en medio de cuatro muros amarillos, mirando de cerca mi bajo y dejándolo sonar. El universo se reducía a ese momento en que negaba todo real, afirmando esos instantes de música eterna, yo, mi bajo y la nada.

El tren freno de golpe. Estaba entre la Estación de Lanus y la de Remedios de Escalada, me di cuenta porque visualizaba la pista municipal de atletismo. Lo que no había notado fue cuando pasamos por Lanus. Realmente no se ni siquiera si paro. Pero lo que se mantenía de todas formas igual, era mi soledad, o por lo menos en mi vagón. Ya me estaba haciendo la cabeza de que no iba a ver nadie aquella noche.
No sabía porque había parado, pero seguramente por la fuerte lluvia. Golpee en la puerta del conductor haber si me atendía alguien para saber que estaba pasando. Alguien tendría que haber frenado el tren, pero nadie me respondía. Ahora se escuchaba más claramente un tango que por el tono rasposo de su sonido parecía que venia de una radio. Pero más allá de mis golpes y llamados nadie respondía. Quizás había bajado para solucionar el inconveniente. El tema es que yo no me había enterado todavía si había alguien conduciendo, y hasta mis conocimientos sobre el asunto un tren no podía conducirse solo. Así que decidí volver a no preocuparme por el asunto del conductor.

Estuve un rato apoyado contra la puerta hasta que se abrió de golpe y mi cabeza impacto contra el suelo. Veía todo mareado, no distinguía bien en donde estaba. Cuando pude recuperar mi visión reconocí el techo de aquel lugar por lo húmedo de aquel y por esa pequeña luz amarillenta que le daba el tono sobrio. Era la fonda de bigote, yo estaba tirado en el suelo, el aroma a anís invadía mi cuerpo, y el sonido a un tango ahora lo escuchaba más claro. Creo que era Edmundo Rivero entonando Trenzas, un tango que me encantaba. Si no me equivocaba estaba acompañado con un quinteto, y aquel contrabajo sonaba estupendo, lastima que a mi cabeza resonaba a fuertes golpes que me iban destruyendo mi cráneo por dentro. Entonces considere que había bebido mucho, porque aquella resaca me hundía en el suelo del bar, estaba aniquilado. Me parece que me había quedado dormido, tantas veces me había pasado que no me extrañaba mi situación. Decidí ponerme en pie pero recordé que era en vano siempre volvía a tropezarme, mis dos pies chocaban entre sí, empezaba a balancearme y volvía a fundirme con el suelo. Podía abrazarme una silla e intentar sentarme pero realmente el suelo estaba fresco y saciaba mi calor. Luego comencé a mirar al mostrador para ver si aparecía bigote con algún analgésico, el era muy elocuente con mis estados de ebriedad y se hacía cargo de mí cada mañana. Después de un rato me di cuenta que no iba a aparecer, porque últimamente no veía a nadie. Entonces empecé a pensar porque motivo yo volvía al bar cada noche, no sabía si era por el momento en que empezaba a tomar o si por este otro en el que estaba tan desecho. ¿Porque volvía a empezar cada noche? La verdad es que no sabía, ni siquiera si el instante de renovación se daba a la noche o a la mañana. Quizás aquel momento se daba cuando viajaba en el tren con la única esperanza y motivo de volver a ingresar dentro de aquel espacio de solemnidad y penumbras, haciendo apuestas intestinales sin temor, recordando que no toda cosecha del tiempo empieza en las mañanas, sino que muchas veces termina en ellas. Pero más que nada me dije que bueno sería ir tomando una cervecita en el tren cuando me vuelvo del laburo a casa, pero entendí que quizás el sueldo no me lo permitiría.

Sentí el ruido del tren y en mi cabeza mis sesos se movieron, realmente no esperaba que arranque tan rápido. No se cuanto estuvo parado, la lluvia seguía pero por suerte ya volvía a casa.
Un remolino de imágenes construye a un hombre, a un sueño, a una percepción, pero yo ya no sabía en que lugar me encontraba. Era una imagen más de algo, era el reflejo de algún alucinante falsificador, o era el último creador de mi existencia. Ya no sabía si entraba y salía constantemente de mí para reencontrarme con algún otro yo que se empecinaba a perseguirme. Por eso creo que el universo es ínfimo comparado a las incontables sensaciones de un viajante, aunque se crea rutinario e insulso, y aunque te agobie y marchite, todo final depara u comienzo distinto en el que una imagen deparará a otra de manera mutuante y caótica, como el tiempo mismo que nos confunde y nos destruye cada día en miles de pedacitos.

En eso llegue a Escalada, y la acostumbrada soledad de aquellos antiguos talleres que te trasladan a una época muy lejana de un país industrialista y obrero, se funde a mi viaje tratando de no desentonar con la escena. Nadie subió, eso esta muy claro. Me acerque a la puerta y me puse a ver los talleres. Siempre suelo mirar a aquellas grandes construcciones haber si de alguna de las tantas ventanas había alguna que insinuara existencia. Y por primera vez en tantos años viajando en este maldito tren visualice una figura humana de la única ventana iluminada. Parecía estar de espalda, seguramente hablando con alguien. Por un segundo me tranquilice, mi corazón atolondrado gozaba de esta alegría triste. El hecho absurdo de la existencia permitía mi tolerancia conmigo mismo. El problema se reorganizo cuando la puerta se cerró y traté de volver a visualizar la ventana. La había perdido de mi vista. El vidrio empañado por la lluvia me volvió a traicionar.

Ya me quedaba poco, saque la campera de mi bolso y me la coloqué. Que largo son los días cuando uno esta cansado, y que lindos cuando uno llega a su barrio. Ya sentía el bello aroma a húmedo que generan aquellos árboles de Banfield. Tenía que hacerme algo de comer rápido porque tenía que madrugar. Creo que tenía algo de arroz que había dejado ayer, voy a ver si invento algo. Seguramente lo podré acompañar con algo de TV, espero poder enganchar alguna buena película, así caigo dormido rápido. Que gran compañero la TV, ese espectáculo que te envuelve bajo desobedientes ficciones que esclarecen tu aliento, que retienen tu bronca y te acomodan contra el sillón sintiendo la aliviante calma de un incapacitado.

Freno el tren, era mi llegada. Se abrieron las puertas, salí automáticamente y me dirige hasta el cruce de Larroque. Creo que había acabado el vieja por aquellas estaciones perdidas bajo la tormenta de aquella noche lejana. Me decidí a dejar de pensar en lo que me había pasado y disfrutar del sosiego que uno siente cuando esta en un lugar reconocido. Como disfrutaba mirando aquél cartel que anunciaba mi territorio. Detuve mi paso para observar el cartel, el tren vació pasaba en aquel momento. Todo quedo estático como en una foto turística, como la última imagen del sueño que te persigue todo el día.


NR

miércoles, 22 de octubre de 2008

“Mejor pues que renuncie quien no pueda unir a su horizonte la subjetividad de su época. Pues ¿cómo podría hacer de su ser el eje de tantas vidas aquel que no supiese nada de la dialéctica que lo lanza con esas vidas en un movimiento simbólico? Que conozca bien la espira a la que su época lo arrastra en la obra continuada de Babel, y que sepa su función de intérprete en la discordia de los lenguajes. Para las tinieblas del mundo alrededor de las cuales se enrolla la torre inmensa, que deje a la visión mística el cuidado de ver elevarse sobre un bosque eterno la serpiente podrida de la vida”.
JACQUES LACAN
Que la revolución empieza por uno. Por casa. La pregunta ante el espejo, por el quién soy entre tanta sombra, entre tanto cielo hablado por tantos sin ojos sin mirada ni voz. Ahí, en el paso que separa el detrás de la puerta. Y ¿qué hay detrás de la puerta? El temor a ser muerto por la palabra. El horror. El silencio que perfora aún más la herida de ser viviente. El ser viviente y ser soportado por otro al que aún no se le ve la cara. Y cuando se empieza a ver la cara, todo se oscurece, porque entonces la palabra no lo puede todo. A veces no se puede hablar. Y entonces, el cuerpo. Y el despertar con los ojos cerrados preguntando quién soy. Y no hay palabra. Y hay que inventarla. Y la invención conlleva tantas muertes.
Manzana.

domingo, 14 de septiembre de 2008

No escondamos nuestras bengalas

Aguante, precariedad y creación. Una lectura de Cromañón



1
Este texto parte de una necesidad: hablar sobre Cromañón pero con nuestras propias palabras, hablar como generación, y no dejar que hablen por nosotros ni los medios, ni los viejos chotos, ni los psicólogos, ni las publicidades, ni nadie.
Porque sentimos que Cromañón aguarda ser pensado; el tiempo de una generación se detuvo ese jueves, y es necesario que hagamos lo posible por entender lo que allí pasó.
En primer lugar, tenemos que llevar a cabo un parricidio simbólico; desechar todas esas palabras mudas de los especialistas y de quienes hablaron de Cromañón tanto desde la culpabilización como desde la compasión o la victimización. Decimos que esas palabras se pierden en el abismo generacional, que nuestros oídos no se ven conmovidos ni interpelados por estos relatos escritos con el estilo y la tonalidad de la voz paterna.
Por un lado, los discursos compasivos o culposos de no habernos sabido cuidar no reconocen que están mirando el nuevo contexto social con los ojos ciegos por la obnubilación que produce la nostalgia y la melancolía de lo irremediablemente perdido; no queremos ni necesitamos que nos cuiden, si es que realmente supieran o pudieran hacerlo, porque la mayoría de las veces en ese “cuidado” percibimos un desconocimiento de nuestro mundo y una mirada despectiva hacia él. En nuestros nervios hay más información del presente que la que ellos pueden darnos. Por otro lado, escuchamos también críticas y culpabilizaciones sobre el mundo en que nos movemos: éstas son pronunciadas siempre desde una exterioridad asombrosa, como si nuestra época y la de quienes nos critican no tuvieran ninguna conexión.
Pero también circula un tercer discurso: el discurso de la indiferencia. Esta mirada ni acaricia la cabeza del joven, ni lo repudia insultándolo; no lo ve. En este discurso los muertos de Cromañón no emergen como problema, ni como interrogante, porque no están presentes como vidas de nuestro mundo cotidiano.

2
Sentimos que, en cambio, necesitamos leer la historia desde nosotros mismos, recuperando aquellas maneras de movernos que aprendimos en el tiempo que nos tocó vivir, este mundo marcado por los riesgos, por la precariedad y la incertidumbre. Porque aprendimos a viajar trepados a los trenes (sin tener adónde ir), a no saber si aparece algún laburo, o si el que tenemos sigue la semana que viene. Necesitamos recuperar todas las maneras de adaptarnos y saber movernos que supimos crear en un entorno resbaladizo y cambiante, necesitamos retomar nuestras marcas como generación.
El Aguante es una forma de resistir y crear ámbitos alternativos a esta vida que se escurre de nuestras manos, que carece de sentido y nos angustia. En este escenario plagado de choques fugaces y desencuentros ¿Cómo se construye un nosotros, un yo, una banda, un terreno de referencia, un “terreno sagrado”?
Decimos que aguantar es afirmarse, es apostar por vivir, dando un portazo al refugio privado que nos ofrecen las tecno-cuevas actuales.
La “esquina” guarda en sus cavidades más profundas (casi imperceptibles para oídos mayores) ecos de nuestras voces y de nuestras vidas, quejas por trabajos de mierda, precarizados y súper explotados, parejas que se esfuman con un pestañeo, violencias de policías y de patovas, quilombos de guita...
Pero sabemos también que la esquina no es el punto de llegada sino un punto de salida al que siempre podemos retornar cuando la cosa se pone jodida, porque siempre llevamos un pedazo de esquina en nuestros bolsillos que nos acompaña en cada batalla y cada afirmación.

3
Cromañón es nuestro acontecimiento como generación porque implica la muerte de casi 200 pibes. Y evidencia la plataforma de nuestro mundo actual que funciona a través de contratos miserias, condiciones de trabajo asfixiantes, legislaciones truchas, transportes precarizados, escuelas a las que se les caen los techos. Y es la lógica empresarial la que busca maximizar la ganancia aprovechando y produciendo este escenario precario. En este cuadro Cromañón no representa la excepción sino el ejemplo cruel de la lógica mercantil. ¿Qué es sino elegir una media sombra para ahorrar unas monedas a la hora de poner en funcionamiento un boliche? Y en medio de este terreno precario, nuestras fiestas eran la forma que teníamos de resistir, de crear un suelo por el cual transitar sin dolor. Por eso no debemos caer en auto-culpabilizaciones que borran nuestras fiestas, que ocultan y niegan todo lo que hicimos para vivir en aquel terreno resbaladizo. Las bengalas, el pogo, las banderas, y todo aquel ritual que construimos, no son culpables de ninguna tragedia, ya que no fuimos nosotros los que dejamos un mundo repleto de dinamita.
Todavía no está clausurado ese acontecimiento: todos los días es Cromañón, los 194 pibes están circulando como espectros sin calma por las calles de Once y por los barrios en donde se juntaban a escabiar o fumar, porque el vacío y la ausencia de sus vidas faltantes es una presencia opresiva y sofocante; están en los cánceres que carcomen las vísceras de sus madres que se consumen llorándolos, y están (aunque muchos se hagan los pelotudos y los nieguen) en el mundo del rock, en las bandas que siguen convocando a la amistad y a la pasión de la vida, en los pibes que agitan un tema, y en los hijos de mil putas que llenan sus bolsillos con nuevos hiper-mega-festivales para lavar la cara de empresas caníbales. Cromañón no está cerrado por que está hecho no sólo de cuerpos sino de símbolos: las zapatillas topper, las remeras de bandas de rock, los tatuajes sobre las pieles calientes, los flequillos, las banderas.

4
Asistimos a la entrada definitiva del rock espectáculo, que ya venía ganando terreno, pero poscromañón se transformó en la lógica hegemónica del rock. El rock militante, como plan barrial, espacio del aguante de muchísimos pibes, quedó relegado a una periferia.
Desde hace varios años antes de Cromañón una movida roquera latía en los barrios, un agite que intentaba, como podía, hacer del rock una forma de vida, una vía de escape, de aguante y de creación. Cromañón es una herida profunda a esa innovación, a ese proceso; altera e interviene las energías que circulaban por el rock en ese momento: la industria cultural se apropió del duelo, difundiendo el miedo y los riesgos de los recitales. Luego vino el auge de los festivales: allí se prometía un entretenimiento seguro y sin peligros, al amparo de los sponsors. Los nuevos discursos se articulan con el gobierno de la inseguridad y con la gestión del miedo, teniendo como correlato políticas concretas. Destruir las condiciones en que emergían y crecían las bandas de rock de los barrios es pegar en el centro del plan barrial, patear el hormiguero que juntaba a los pibes y pibas. Después de esto, sobreviene la dispersión, y por supuesto como el show debe continuar: ¡vamos a escuchar rock bajo el refugio de los sponsors!
Sabemos también que Cromañón no es una herida que viene de afuera. Porque la movida roquera que levantaba el manifiesto del plan barrial era una innovación que se daba al interior de la excepción misma, con la excepción como suelo, como punto de partida, y ya en su interior circulaban tensiones y lógicas de mercado.
Cromañón es la herida con sabor a final del juego, pero también es el tablero mismo del juego, de cualquier experiencia que intentemos como generación. Pero no debemos dejarnos aplacar por estas condiciones ni dejar de hacernos preguntas sobre nuestros modos de relacionarnos con esa precariedad, con el mercado, con los poderes.

5
Luego de tantas muertes, la desesperación y la tristeza nos corroen a muchos. ¿Qué relatos se montaron sobre el dolor de lo sucedido? ¿Qué podemos hacer nosotros con este dolor?
La indiferencia, la culpa o la victimización son falsas maneras de elaborar el dolor porque nos niegan; son relatos que intentan transformar el dolor en una cuestión personal, privada. De aquí las figuras de la víctima, el sobreviviente, el arrepentido o el culpable. Es sobre esas lecturas del dolor de lo sucedido donde se montan los grandes festivales que detestamos.
Cromañón es un acontecimiento doloroso que reaparece en nuestras vidas todo el tiempo. Y cada vez que nos golpea entra en juego la elaboración de lo sucedido; para volver ese dolor colectivo y político, motivo de pensamiento, de encuentro y de duelo, claro, pero de un duelo colectivo. Un duelo colectivo es reconocernos en los chicos que no están, reconocer que una parte nuestra quedó adentro de ese boliche y que tenemos que reconstruirnos entre todos luego de esa pérdida (no nos interesa una “curación” individual).
Ese reconocimiento habilita la recuperación de nuestras prácticas, nuestras fiestas, nuestro saber movernos en este contexto de precariedad; permitiéndonos pensar cómo aquel dolor puede ser compartido con un montón de experiencias que van más allá del mundo del rock y de los jóvenes, con una pila de sufrimientos y muertes resultado del mundo precarizado que transitamos en nuestros trabajos, en nuestras viajes y en nuestras ficciones.

Agosto de 2008
Juguetes Perdidos
La declaración entera puede encontrarse en:
www.colectivojuguetesperdidos.blogspot.com

viernes, 29 de agosto de 2008

Cuerpos

Cuerpos que cargan sus cuerpos solos hacia el abismo.
cuerpos que arrastran a sus pedazos de aliento que los retienen,
cuerpos enfermos piden remedios a gritos fríos,
cuerpos que adoran a su dolor
que les concede excusas listas
para emplear como impotencia
en su destino de proseguir
cargando solos
sus cuerpos solos.


Con cuantas murallas ya se topo
el hombre solo, niño, infeliz...
que es encargado de chupar solo
la mamadera.

Cuantas murallas,
se hacen dolor y excusas listas,
del niño solo de ciber-mundo
que los encierra

Cuantos dolores cuidan los rincones
de digitales-calabosos de nuevas prendas,
porque el destino del niño queda
en iniciativas tecno-facistas
que los encierra en su cerebro.


Por todo esto
es que tu cuerpo es tan pesado,
pero no cargues con sus dolores,
con sus excusas,
con sus priciones.

El futuro no esta en tus hombros,
no cargues solo tu cuerpo solo.
El futuro solo es futuro
si es creado por muchas manos,
que ya no creen en las pastillas,
en las terapias e iniciativas.
Porque no cargan su cuerpo solo,
porque el dolor no es medicina,
sino la señal que esto no va,
sin nuestras manos golpeando fuerte
esas murallas que nos separan.


NR




Nunca quisiste lucir de negro,
pero tu pecho retiene truenos... oscureces;
porque llevas el gris de tu ojos en las mañanas,
porque de tarde, contas las gotas que te detienen.

Cuanto cuesta gritar que el tiempo pasa y tu a su lado;
porque las hojas retumba tibias...
a tu inocencia, a aquel jazmín y a las campanas.
Pero no vale, de nada vale, estar mirando a aquel fantasma;
todas la carne que hierve sangre, quiere más carne.

Y en cada paso se te convoca a un nuevo amor,
y antes que llueva escusas frías en tus palabras,
desarma el cruel aroma a sexo de la inocencia,
y descuidate, que el cuerpo cuida a su coraza.


NR



domingo, 3 de agosto de 2008

Espera nocturna (última parada antes del túnel)

“…Quizás podría mirar aquel túnel toda la noche esperando la llegada de una tribu de monos, e intentaría desvanecerme con su presencia como una gota en frente temerosa, pero no era esa la única melodía que me regalaría la noche. Todavía estaban aquellas perdidas diagonales, encrucijadas esquinas, encantadoras rectas, que hacían de mis ojos posibles cegueras, e inventaban paisajes impredecibles e innovadores. Por eso me dispuse a escuchar el concierto que me deparaba la ciudad aquella noche, alguna armonía quizás me ayude a desplazarme…”

“…Podría sostener la distancia como distraído que se sorprende de su sombra, y alterar mis suspiros para que no me devuelvan a la noche, pero no puedo dejar de estar como maltratado en espejo viejo, porque vuelves cuando cierro los ojos…”

“…Miraba todo como asombrado porque padecía de una inagotable inocencia que me perseguía en los encuentros y en los recuerdos. Así y todo, me puse delante de aquel túnel y trate de fundirme en él con mayor familiaridad, intentando exprimir su misterio, para quedarme solo con su profundidad. ¿Hasta donde llegara? ¿Habrá algo del otro lado? Preguntas disueltas en la agonía del misterio. Solo me quedaba abrirme a la oscuridad. Y allí fue donde te encontré como una sombra en callejón de suburbio, fugitiva en innumerables desiertos acompañados, intentando rescatarte de lo lúgubre y los prejuicios que te invadían. Pero aunque no te podía tocar, te sentía en tu aroma de lluvia de madrugada, en tu melodía de risas nocturnas, en las llamadas ardientes del silencio. Y en ese momento, conocí la distancia. ¿Cuan lejos estoy de aquel túnel? ¿Cuan remoto será aquel final? Pero no había tiempo para la respuesta. Siempre corría, pero el tiempo se alejaba, por eso necesitaba esperar, por lo menos para sentirme libre por una hora. Es que lo que con más exacta puntualidad había comprendido, era que el tiempo ya no era el mío, por eso, para recuperarlo comencé a jugar con las esperas, con la paciencia, y con el vagabundeo aquel, donde podía encontrar a los distraídos, a los perdidos, a los que no se amontonan por llegar a empezar. La última parada antes del túnel fue siempre igual hasta ese día. Pero te encontré y conocí la distancia…”

“…A quien le habla el hombre cuando anhela: a un amigo olvidado, a una madre temerosa, a algún abuelo pesimista, a un amor perdido, a un amor deseado, a una utopía difícil de sostener, a la muerte que te apura el paso, o a la vida que te arrincona en el infinito de tu finitud… realmente no lo se. Quizás solo se dirija a si mismo, para ver que puede, y para que todos los demás sepan que pueden, que lo anhelado siempre es posible, no por ser un sueño, sino por ser la penumbra de lo que uno hace, que siempre vuelve mientras salga el sol. Hoy entendí que no podré esperar a que lleguen las mañanas para cruzar el túnel, pero si podré tomar fuerza en la última parada, y retener aquella luz, que cae de los ojos, que baila en la frente, que late en el pecho, e intentare cruzar; para que la noche no se me haga eterna…”




NR

martes, 22 de julio de 2008

Ciudad Conectiva IV

La ciudad nos despliega fronteras todo el tiempo
fronteras de velocidad
fronteras de imaginación
autopistas calles y avenidas fronteras de consumo
barrios recorridos
barrios traspasados
publicidad umbrales
invisibles límites audiovisuales impenetrables y duros
muros
mallas repartidas en toda la mancha urbana
un mapa del reino del mismo tamaño que el reino
el cartógrafo perfecto hasta el absurdo
fronteras fantasmales y fronteras reales
que dibujan tus lugares
a veces todo se juega en cien metros
un río
un puente
una casilla
una línea de colectivo
el terraplén del tren
vías muertas o vivas, o semimuertas
gomas quemadas de fuerzas humanas
gomas gastadas de rabia enjaulada
trabajadores
flujo humano
migrantes diarios
stock de viviendas
guetos enclaves
lunares urbanos
vagabundos y nomadismo
la música del niño
la musica imprevista y la que te espera
algunos rumores
pasadizos exclusivos para automóviles
distancias ficticias y tiempos absurdos
Fiorito-Olivos en veinte minutos o dos horas o nunca
la mancha urbana
enorme monstruo de miles de pliegues
localidades distritos
circunscripciones
umbrales de seguridad
calles angostas, calles cerradas
umbrales de productividad de rentabilidad
la ciudad es híper-conectiva y lejana entre sí a la vez
pero siempre signo o potencial
signo para el capital fronteras y
capital volátil fronteras y
fuerzas fronteras y
humanidades ciudadanas fronteras
que ya no limitan la ciudad y su campo.


El ciruja.

martes, 15 de julio de 2008

El lobo, la niña, el tiempo.

¿Y quién me habría contado de los ojos del último sol? ¿Y qué día había pensado en el ahora sino cuándo? ¿Cuál habría sido ese pie que trepó primero el llanto del patio verde, con los limones tirados en la tierra viendo caer el infinito sobre ¿quién?

Cual si lo hubiese pensado siempre ¿desde cuándo? ¿Y qué pregunta por el tiempo cuando a veces se despliega como el mismo de siempre? Y escupe esa sensación de infinito a la vez que llueve siempre lo mismo. Quema la calle. Y la puerta abierta al rocío, ahí, respirando entre las fantasías que juegan en la plaza. Y es que un día empecé a buscar el otro lado del espejo cada vez que no veía más que sueños ahí, sin dormir. La vigilia, el papel despierto y la pregunta por el niño. Y todas-las-voces puteando en voz alta por el lobo que no siempre está durmiendo. El pobre lobo dormido. Revolviendo la tierra para jugar a las escondidas. Como si jugar a las escondidas no nos despegara de la cosa por un rato. Primer juego. Tirar los dados. Ausencia. Juego de ausencia entre pozos hechos en la tierra. Y el pozo no se tapa nunca, entonces aparace-desaparece y el lobo sigue dormido. Pero entonces ¿el lobo siempre está dormido? ¿Para quién?
Y si las voces se callaran por un rato, ¿dejaría de ver a través de los ojos de una historia de sueños? Si cada vez que despierto aparezco en el mismo lugar. Pero si el lobo siempre está dormido ¿qué es el mismo lugar? Alucinan. Golpean las manos. Juegan a poner algo en el lugar del vacío. ¿Y si no hay vacío? ¿Y por qué poner algo en lugar de otro? Eterna sustitución del hombre que duerme al ladito del lobo para no terminar de caer de la silla. Claro, la de cuatro patas. La que sostiene y anda. La que manda a ser el hombre reconocido por ¿quién? La que dice del hombre. La que lo mete en la encrucijada de lavarse la cara o mirarse a si mismo.
Pero entonces... ¿si no ahora cuándo?

Manzana

lunes, 23 de junio de 2008

Ciudad Conectiva III

La ciudad y la vida…

La ciudad te depara varias señales de tránsito. El vagabundo las codifica y las convierte en cicatriz, y las hace sangrar.
Si uno tiene la aguda percepción del vagabundo, nunca caerá en el error de creer que los transeúntes se movilizan todos de forma autónoma. El vagabundo percibe en cada reojo nuevas corridas de deseos.

Sociología del ciruja:

El vagabundo es como si fuera un eterno extranjero o un niño: No hace caso a las señales o las lee de otra manera. Eso le posibilita que vaya inventándose una ciudad a cada instante.

Cirujeando explora.

Pero hay otro tipo de vagabundos. Son los cirujas que hacen de la ciudad todo su terreno. Borrando fronteras y limites entre la ciudad ajena-pública y su propio territorio conocido. Este tipo de vagabundo es como un animal que vuelve a toda la ciudad un solo y mismo hábitat en donde poder desplegar sus instintos y olfatos. Por eso disfruta de los caminos maltrechos, y recoge los alborotos entre sus dedos –sus cuatro patas desmienten el tacto de los pañuelos–.

Y aquel quijote, más allá de un cuento, puede burlarse de los cimientos sin ser descubierto. Porque no hay finales, ni alusivos principios para este aliado.

Solo sus nudos pueden atar a las miles de ciudades, y solo la ciudad puede atar a los mil pedazos de ciruja que giran alrededor del carro.
¿Y cuántos cirujas cuentan las modas de los ciudades? ¿Y cuantas ciudades miran las modas de los cirujas?

Es que su cara experimenta el vértigo de esos fluidos urbanos. ¿Y cómo hacen las caras largas de los cirujas para estar unidas? ¿Y cómo hace aquel ciruja para dormir?

El ciruja.

lunes, 16 de junio de 2008

Ciudad conectiva II

La ciudad y la fiebre.
Las angustias atrapadas en el transporte urbano.
Los sollozos mudos en las villas; los gritos atragantados en las calles.
Y de vuelta los accesos de tristeza en el tren.

Los ataques de pánico son maneras de recorrer la ciudad; y son maneras, también , de cómo la ciudad nos recorre.
La ciudad es un paseo en el vacío total; un paseo entre soledades acompañadas que huyen eternamente de una huída a otra.

La ciudad es conectiva: une un punto con otro, despedazando rincones. ¿Estás preparado para consumirla en redes que ocultan su miseria y crueldad?

Pero esa es una de las ciudades que existen.
La ciudad es música también; son miles de hombres y cuadras deseantes.
Miles de bondis estallando en las calles.

Hay miles de ciudades en cada ciudad, en cada nervio, en cada cabeza, en cada cuerpo.
En cada relación entre cuerpos.
La ciudad es composición.
La ciudad es un monstruo de potencias.

Es nausea y revuelta. Se mezcla con la resaca y te obliga a vomitar.
La ciudad despierta y duerme; carga con aquellos que apilan sus luces a sus hombros para no alejarse y no dejar de recorrerla.
La ciudad es un inmenso laberinto, con túneles profundos y esquinas sin núcleos.
La ciudad es un laberinto de ciudades.


El ciruja.

miércoles, 14 de mayo de 2008

Aún

Espacio colectivo. Entonces quiero decir. Apuesto. ¿A qué? Entonces decir no es abrir la boca. Entonces decir es que duela, es que viva lo que anda dando vueltas por ahí. Entonces un otro existe porque incide aquello que hace. Y no siempre se mide. Las medidas de los caminos más vitales no saben nombrar la cosa como un todo. Entonces no hay medida cuando alguien que no es nadie no dice y entonces abre la boca y MANDA. ORDENA. SUPONE. OPERA. Teje hilos ominosos. Abre la boca. Escupe. No escucha. No piensa que hay otro. Porque el otro no existe porque es invisible. Entonces supone que se puede DOMINAR.
Entonces la palabra REFORMA en boca de funcionarios me asusta. No me detiene. Me asusta. No me sorprende. Me asusta porque no me alcanza la boca para gritar. Para decir NO. La DESMANICOMIALIZACIÓN es un tema lo suficientemente decisivo como para que quede del lado de políticas-perversas-políticamente-correctas-claro. Debería pensarse como extraño tal objetivo sanitario si asomamos suestras narices a cualquiera de los hospitales monovalentes de la Ciudad, en los que a pesar de infrestructuras y modos de funcionamiento mortíferos, cada paciente y cada profesional LUCHA cotidianemente por salir de la GRAN MÁQUINA MANICOMIAL. El tema es que esa salida es posible en tanto objetivo subversivo de la comunidad. Tal grito de libertad debería salir de la comunidad toda. Y no desde leyes escritas con pulso frío en escritorios de lujo. No desde tipos que no entienden nada. Los derechos humanos se construyen todos los días. TODOS LOS DÍAS. Los construye cada INTERNO desde su posibilidad de EXPRESIÓN en La Colifata, en cada sesión de cada consultorio externo, en la Panadería, en el Frente de Artistas. Los derechos humanos los construye cada profesional cada día levantándose y yendo a laburar a los MANICOMIOS apostando a que se puede hacer algo distinto. Apostando a que hay un tratamiento posible para la psicosis. HAY UN TRATAMIENTO POSIBLE. Que no es lo mismo que decir: "qué loco de MIERDA".
Los derechos humanos los construímos quienes aún siendo estudiantes decidimos encarnar una FUNCIÓN en tanto apostamos a la singularidad de cada humano, uno por uno, y no pensamos nuestra futura profesión en posición de súbditos de un gobierno y una lógica social que manda al silencio a los "DIFERENTES". Entonces ¿qué significa que un gobierno esté pensando en cerrar los hospitales psiquiátricos PÚBLICOS en pos de una pseudo reforma sanitaria? ¿A través de qué significaciones sociales se pretende tal reforma? Si hasta que el "LOCO" siga siendo "LOCO" y "diferente" la desmanicomialización seguirá siendo una utopía. Entonces el plan de reforma huele más a DESRESPONSABILIZACIÓN estatal que a una genuina intención comunitaria de abrir las puertas a la libertad. ¿A qué libertad? ¿A qué espacio? ¿A quién?

Manzana

miércoles, 7 de mayo de 2008

Anónimo IV

"declaración del morta"

Combinando tragedias voy, /
Coleccionista de fiebres... /
¿Que vas a ser con vos mientras dures?

Habitante del final de toda inquietud. /
Demiurgo insalvable /
¿qué vas a hacer de vos así las cosas?

En plena noche y sin respuestas /
Quedé.


-----el morta


Cómo convertir estas fiebres horribles en
delirios creadores…?
En llaves de otros mundos,
de esos mundos no inventados
que nos llaman durante el insomnio?

Cómo volver esas cárceles escuelas para nuestros instintos,
para agrandarlos y dejar, al fin, que nos rijan?
Cualquier noche de estas puede ser
el escenario perfecto para nuestras conspiraciones;
la incertidumbre, el acceso a la total desobediencia.


nacho

lunes, 28 de abril de 2008

Ciudad conectiva

El hombre pueril (ciudad conectiva)

Los autos no viajan solos, a veces los acompañan otros autos…
Las casas no viven solas, suelen estar al lado de otras casas…
Y los hombres salen, o se quedan, pero solos…
Y el mundo se mueve, a veces gira muy rápido, a veces muy lento,
Y los hombres salen, o se quedan, pero no se mueven…
¿Quién nos sujeta a esta soledad?
Salimos en autos, nos quedamos en casas,
Pero estamos solos, y no nos movemos…
Autos que viajan por vos, casas que viven por vos,
y nosotros quietos, viendo que juntitos bailan por nosotros…

NR

Abanicando suspiros

Sobredosis de armas enjauladas,
abanicando sus suspiros de cobardía intestinal.
Su jaula es muy pequeña pero caben sus venenos.
Dictadura esquizofrénica de los que amargan su impostura…
Están hirviendo en sus desechos,
y se transportan en una molécula de salivas frescas.

Las prisiones siempre se escapan del prisionero,
por eso amanecen tus rencores,
y estas a punto de devorarte.

Yo puedo hacer remedio de tus males,
pero no temerte es nuestra más potente rebeldía,
y antes que salte la mecha,
estaremos repartiendo tus dolores por todo el infierno que te encandila,
y te rechaza en la codicia dulce de tu crueldad.

NR

jueves, 13 de marzo de 2008

Como una hoja

Al sentir que las horas eran más pesadas que de costumbre, me propuse comenzar a visualizar una hoja de aquel árbol que me acompañaba en la vigilia. Intente concentrarme en ella como encantado, para que todo a mí alrededor desaparezca por un instante, y que ese instante se convirtiera en una hora, donde el torbellino de palabras rebeldes se acomoden en un solo movimiento: me niego en una hoja.
Ese fue el principio. El desorden de mis sentimientos solo sentía el viento. Era una hoja verde de araucaria resbalando en la brisa, callando el silencio. Un solo orden: yo en el árbol. Una situación de de insurrección: escapar en el viento.
Pero aunque pasara horas enteras mirando-siendo hoja, nunca sabría, si era la vida o la muerte lo que me llevaba a buscar un poco de calma en aquella tarde eterna; si era el amor o el odio a ella lo que me inmovilizaba. Y hasta podría decir más adecuadamente: ¿Quién dice que mirar una hoja es estar inmovilizado? Si cuando la hoja se movía, yo me desplazaba con ella. Mi cuerpo reía por dentro y corría energéticamente quieto. Porque en la calma uno espera la fiesta, porque en la fiesta uno espera siempre la calma. Pero yo no era calma ni era fiesta, era hoja que bailaba en una fiesta en calma, armonía de mis ojos cuando la miraban, por un lado se iban, por el otro lado la fotografiaban.
Pero mientras más miraba, dejaba de ser. Me perdí en la vigilia cuando esperaba aquel encuentro. Ya no soy mirando-siendo hoja, ahora, convertirme en una hoja es una alternativa posible de vida. La vigilia me abrió aquella posibilidad: poder ser una hoja (fiesta-calma, viento-árbol). De tal modo, el principio no fue mi negación a ser, no fue tratar de dejar de ser esto mísero que posaba en el suelo. El principio emergió en un acontecimiento: el viento movió el árbol y ahí yo pude ser una hoja por un instante; entonces soy una hoja. Creo que fue ahí que comencé a verme y a dejar de mirar.
Danzaba sobre mi cruel fluidez al viento, escondiéndome de las retiradas, acercándome a las distancias y sosteniendo las envolturas con las almas a mí alrededor. Comenzaba a ser árbol cuando descubría que algo me sostenía. ¿Era árbol o era hoja? ¿Podría ser árbol? Después de todo seguía una dinámica paralela, transcurríamos insurrecciones, dictaduras y revueltas esporádicas que nos unían cada vez más. Pero ser un árbol ya era un abuso de mi imaginación, lo importante ahora, es que miraba como hoja, reconocía su aroma a agua y su sonido a vuelo. La gente pasaba y yo insistentemente la saludaba con minúsculos gestos, pero no me reconocían. Igual insistía y les cantaba de vez en vez, y de a ratos volteaban a verme pero se iban con las nubes. Cuando gritaba se dormían, cuando callaba se asustaban.
Luego de un tiempo siendo hoja surgió en mí una inspiradora apertura visual. Ya no me encontraba en el suelo, o por lo menos no me veía. Mi cuerpo era una hoja, sostenida por ramificaciones de hojas de árboles y de ramas de hojas; mí cuerpo sentía solo el viento, y se deshacía en el aire, fugándose de los prejuicios morales y las intolerancias. El miedo se desvanecía con la lluvia que me hacia crecer.
¿Cómo llegue de mirar a una hoja, a ser como hoja, y definitivamente convertirme en una hoja?, no lo sabré jamás, ya no será el asunto de mis ecuaciones. Mi mayor desafió de ahora en mas, será que una pregunta que quedo abierta en la calma sea lo que me potencie a nuevos aires. ¿Cómo seguir siendo árbol cuando como hoja me desprendo?




NR

lunes, 25 de febrero de 2008

Deducciones discordantes

Acariciaba su pelo recibiendo la paz y tranquilidad que su cuerpo dormido emitía, ya era mas tarde de lo común para levantarse, pero el pensó dejarla dormir unos minutos mas antes de despertarla. Todavía le resultaba extraño tenerla a su lado, en su casa. Recordaba cuantas veces sus caminos se habían cruzado sin intercambiar siquiera una palabra, y ahora le parecía que llevaban años de conocerse, como si su intimidad hubiera florecido de inmediato generando esa comodidad que otras parejas buscan y construyen día a día. A pesar de disfrutar el simple hecho de tener su cuerpo tendido en su lecho, de su pureza inmóvil, de sus leves ronquidos, deseaba el momento que ella despertara.
Cruzaba la calle para meterme en el bar donde todas las tardes le dedicaba un tiempo a mi novela, pero una semana atrás algo había cambiado, mi inspiración se había esfumado junto con mis fantasías, no me quedaban musas ni sentimientos donde refugiarme, me encontraba solo con la hoja en blanco. Tenía la mirada perdida, recorría el lugar como buscando sin mirar cuando empecé a notar que había ciertos detalles que antes no había observado, el baño junto a la barra en el fondo, los cuadros colgados con imágenes de bailarines de tango, las cortinas en las ventanas restringiendo los rayos de sol que brindaban una tenue luminosidad... pero lo que mas llamo mi atención, fue que no me encontraba solo en el bar, una señorita sentada junto a la puerta tomaba su cerveza mientras leía El extranjero. De inmediato supe que la conocía, o que alguna vez la había visto ya que su cara me resultaba sumamente familiar, quizás no era la primera vez que nos encontrábamos los dos en el mismo lugar, pero era la primera que realmente la veía.
El ruido de la calle empezaba a molestarla, todavía tenia sueño pero en seguida noto que estaba siendo observada y se levantó. Nunca le gustó el primer beso de la mañana, la boca seca le dejaba una sensación rasposa así que se levanto para enjuagarse mientras él ponía la pava. No sabia como contarle el episodio del día anterior, tenía miedo que se ofuscara por no decírselo antes y decidió esperar el mejor momento.
Cada día pasaba mas tiempo en el bar, pero ya no escribía, simplemente me quedaba a observarla, analizar sus movimientos. Más de una vez estuve horas esperando que llegara, hasta que ella entrara por la puerta y se sentara siempre en la misma mesa. Otras veces ya estaba ahí, con su cerveza y su libro. Inventé historias sobre su vida, de donde provenía, de que trabajaba, si tenia familia, si vivía cerca, pero nunca pude escribir nada. Me entusiasmaba el hecho de que solo fuéremos los dos en el bar, soñaba con que un día, como todas las demás tardes, algo pasaría de extraordinario y seriamos los únicos que no nos enteraríamos por estar sumergidos en ese restringido contexto. Esperaba alguna excusa para hablarle, pero no sabía bien para que...
La miro acercarse todavía somnolienta y la tomo de la cintura, atrayéndola hacia si. Despedía ese aroma sutil que tanto le gustaba. Corriéndole el pelo que caía sobre su cara, la beso suavemente al tiempo que le ofrecía un mate. Mientras sorbía, ella lo miraba con la cabeza hacia abajo y levantando los ojos, ese gesto entre inocente y perverso que lo había fascinado desde el primer momento y que no terminaba de comprender. Se soltó de su abrazo sonriendo y corrió a vestirse. Se había hecho tarde.
Lo mas extraño era que ella no notara mi presencia, y si lo hizo, jamás me había mirado. No la esperaba por alguna razón en particular, simplemente porque éramos los únicos en aquel bar. Una simple mirada, una inclinación de cabeza, algún indicio cómplice de sabernos allí siempre, los dos. Pero no, ninguna señal, lo cual lograba intrigarme aun mas, llevándome a elaborar mas conjeturas al respecto a la vez que el deseo de conocerla realmente crecía a cada momento. Se me ocurrió que algún día podría seguirla al salir del bar., pero temí que ella se asustara y ya no regresara…
Salio apurada y corrió el colectivo. Estaba molesta, hubiera querido contarle pero odiaba llegar tarde. Sabía que si esas cosas se dejan pasar se convierten en espinas, siempre punzando. No quería reproches, ya había tenido bastantes en su vida y ahora que todo era tan nuevo y tan perfecto no tenía ganas de arruinarlo. Al fin y al cabo no era tan grave, ya vería como se lo decía (si se lo decía). Con esto tranquilizo su conciencia y se puso a mirar por la ventanilla. Le gustaba mirar esos altillos que suelen tener los edificios antiguos, con sus cúpulas. Se imaginaba que allí solo podían vivir pintores o escritores. El vaivén del colectivo le daba sueño y se le empezaron a cerrar los ojos.
Si al menos pudiera escribir una oración, algo que funcionara como disparador para poder seguir con la novela. Pero las palabras habían perdido el sentido, las encontraba inconexas, y si alguna luz se encendía en mi mente, se desvanecía tan rápido como había aparecido, absorbida por las imágenes de esa mujer. Había intentado usarla, redireccionar la energía que ponía en observarla enfocándola sobre el papel, pero tampoco así pude escribir; el solo intento me generaba asco. Y entonces ella no apareció.
Continuo tomando mate, mientras leía el matutino. Quizás ese era uno de sus momentos preferidos del día, el barrio era muy tranquilo por la mañana y el hecho de poder disfrutar de la casa, en soledad, sin la necesidad de pensar en las tareas del día, le resultaba realmente placentero. No recordaba desde cuando no tenia esa sensación, la idea de no tener ninguna obligación le provocaba la ambivalencia del placer y el remordimiento, la opresión del deber ser a la vez del goce infinito. Pero lo que mas disfrutaba era ser el centro de los chismes del barrio, el ¨vago¨ para las señoras de más de medio siglo…
Los días se habían vuelto eternos, todo parecía moverse lentamente. El aire que respiraba me dejaba la sensación de una espesa crema entrando por las fosas nasales, mientras que el bar parecía mas oscuro que de costumbre. El rostro sudoroso al igual que las manos, la mitad del cigarro consumido sin haberle dado más de una pitada, y el latido del corazón retumbándome en el cuerpo me recordaba que ella no había aparecido en dos días, y que todos esos síntomas no podían deberse a otro motivo. Había vuelto a estar solo con la hoja en blanco mirando hacia esa mesa vacía en la que alguna vez había depositado mis esperanzas.
Fue tan tentador, la hoja meciéndose suavemente en su trayecto hacia el piso. No pudo evitar mirar. Solo un par de frases sueltas y un corazón arrebatado por la ausencia que enloquece… La sola idea estremecía su pequeño universo interior. Palabras que jamás habían sonado para sus oídos y que ahora no paraban de retumbarle en la cabeza. ¡Tantas veces habia deseado tenerlas para si y ahora la atormentaban! No podia seguir fingiendo, tenia que decirle que ya lo sabia…
Cerré los ojos un momento aunque no estaba cansado. Un tenue haz de luz se filtraba por la cortina dirigiéndose justo hacia mi rostro, y fascinado por la sensación de percibir la tibieza y luminosidad aún con los ojos cerrados, podía imaginarme en otro lugar, donde abundaran los colores como los que estaba viendo, en donde la inmensidad no tuviera limites, y que no hubiera adonde ir ni de donde volver. El ruido de un vaso cayendo al piso me asusto, abrí los ojos pero estaba obnubilado; comencé a distinguir sombras y voces, todo el lugar estaba lleno de gente, de movimiento. Mi intimidad se reducía sobre mí abandonándome en la multitud, perplejo y atemorizado, tratando de hallarme en el sinrazón. Incluso la mesa estaba distinta, con el café más frío que de costumbre, el ventanal iluminando todo el lugar y tantas hojas como apenas si cabían en aquel rectángulo de madera. Quería revisarlas, pero con el terror de la incertidumbre. Y leyendo la encontré, estaba ahí, sentada en la misma mesa de siempre con su libro y su cerveza, sentí el alivio del encuentro deseado pero sin comprender. Elegí otra hoja y ella llegaba después de horas de haberla esperado, podía encontrar allí todo el dolor que había estado sintiendo, la decepción de los últimos dos días, el encanto y la ansiedad de los primeros. Al fin supe que no tenía que levantar la vista para saber que no estaría allí, ni esperarla para saber que no volvería, así que tome mis cosas, pagué y me fui... Caminaba por la calle como un niño, moviendo los brazos más allá de su cuerpo, de prisa pero sin apuro. La expresión de su rostro reflejaba la ingeniosa sonrisa, como cuando uno recuerda haber hecho o dicho algo gracioso. Así siguió hasta su casa, previo detenerse a comprar un atado de cigarros. Abrió la puerta, la vio y entendió sin demoras, en ese instante de lucidez supo que era ella. ¿Quien más podía ser?

ebea

viernes, 15 de febrero de 2008

Anónimo III

"El crimen del desatanudos" Dibujo por HB.


A veces te acercas al borde para ver como es/
a veces incluso das un paso mas./
Siempre volvés.

Tiempo y espacio fundidos en un momento/
es ese momento el que te gusta visitar/
como un viajante te acercas y ves/
con ojos locos, pero siempre volves.

las marquesinas que venden maneras de ser/
y ansiosos compradores de emociones y placer/
recuerdos hechos que recuerdan por vos/
imágenes claras de un paraíso terrenal.


el morta.




Perpetua fiesta (“la resaca, te la re-saca”).


Fugaces son las fiestas que hoy visitamos,
por eso volvemos siempre al mismo sitio,
por eso no te avisan que había terminado.

Te atrapan en bellezas espejos, y consumís sus fresas,
y de vez en vez, intentas que se aparezca tu sueño,
donde podes retener las imágenes de tu último baile.

Pero siempre olvidamos la última resaca,
porque bebemos nuestro vomito en el sachet de leche,
para luego anestesiar nuestros recuerdos.

Y así fue pasando el tiempo,
y comenzaron a vender nuestra nausea,
y nuestro sufrimiento fue su carnada:
“pescan a los peces sin sacarlos del agua”.

Así seguimos visitando su fiesta,
perpetua como la soledad acompañada…
perpetua porque nunca despertabas…

Pero “es hora levantarse querido”…
y volver a experimentar nuestro malestar…
para que no nos intercambien la angustia por miedo,
para que no nos enseñen a ser felices,
y poder escupir el plato antes que lo vengan a ensuciar.




NR