martes, 15 de julio de 2008

El lobo, la niña, el tiempo.

¿Y quién me habría contado de los ojos del último sol? ¿Y qué día había pensado en el ahora sino cuándo? ¿Cuál habría sido ese pie que trepó primero el llanto del patio verde, con los limones tirados en la tierra viendo caer el infinito sobre ¿quién?

Cual si lo hubiese pensado siempre ¿desde cuándo? ¿Y qué pregunta por el tiempo cuando a veces se despliega como el mismo de siempre? Y escupe esa sensación de infinito a la vez que llueve siempre lo mismo. Quema la calle. Y la puerta abierta al rocío, ahí, respirando entre las fantasías que juegan en la plaza. Y es que un día empecé a buscar el otro lado del espejo cada vez que no veía más que sueños ahí, sin dormir. La vigilia, el papel despierto y la pregunta por el niño. Y todas-las-voces puteando en voz alta por el lobo que no siempre está durmiendo. El pobre lobo dormido. Revolviendo la tierra para jugar a las escondidas. Como si jugar a las escondidas no nos despegara de la cosa por un rato. Primer juego. Tirar los dados. Ausencia. Juego de ausencia entre pozos hechos en la tierra. Y el pozo no se tapa nunca, entonces aparace-desaparece y el lobo sigue dormido. Pero entonces ¿el lobo siempre está dormido? ¿Para quién?
Y si las voces se callaran por un rato, ¿dejaría de ver a través de los ojos de una historia de sueños? Si cada vez que despierto aparezco en el mismo lugar. Pero si el lobo siempre está dormido ¿qué es el mismo lugar? Alucinan. Golpean las manos. Juegan a poner algo en el lugar del vacío. ¿Y si no hay vacío? ¿Y por qué poner algo en lugar de otro? Eterna sustitución del hombre que duerme al ladito del lobo para no terminar de caer de la silla. Claro, la de cuatro patas. La que sostiene y anda. La que manda a ser el hombre reconocido por ¿quién? La que dice del hombre. La que lo mete en la encrucijada de lavarse la cara o mirarse a si mismo.
Pero entonces... ¿si no ahora cuándo?

Manzana

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