miércoles, 29 de agosto de 2007

Autopista, velocidad y ceguera*

Rectas. Curvas. Grandes bloques de concreto que se cruzan y conforman gigantescos firuletes, indescifrables por momentos. A pura velocidad, motores de miles de caballos de fuerza (la frase ilustra tanto la fuerza motriz del equino como la violencia humana sobre el animal) desafían las distancias. Un pie sobre el pedal sirve para consumar el sueño de suprimir las fronteras espaciales.

Los tripulantes de las naves ríen a carcajadas. Los antojos humanos, encorvados por la incansable pujanza del “progreso”, se imponen sin contemplaciones, sin reparar en los probables daños venideros para con las generaciones entrantes. Se festeja el desarrollo técnico en sí mismo.

La gran masa de asfalto incita a la velocidad; a superarse en cada recta, a economizar el tiempo del reloj, ese incansable tic-tac que suena de día y de noche, mientras trabajamos, y mientras soñamos. En este sentido, el reloj mecánico y la autopista son entrañables amigos: se celebra la posibilidad de acortar los kilómetros en el menor tiempo posible, a pura velocidad. El sujeto, mullido en la gomaespuma de su butaca, se sitúa frente a un espectáculo carente de conflicto, fija su vista hacia el horizonte y se deja llevar por esa parábola veloz que lo empuja a la ceguera. Pues, así como la autopista incita a la velocidad, sus efectos sobre el sentido visual suelen ser letales. La vista al frente queriendo superar el interminable horizonte cierra una posible apertura al mundo. El ambiente que propondría la autopista, en principio, es mecanicismo puro: una gran masa mecánica carente de vida, grandes malones de automóviles y cientos de publicidades estáticas.

Los costados son ignorados, olvidados entre el humo de los caños de escape, los ruidos y la altura. La visión lateral se entierra junto a los miles de desterrados de la ciudad. El semáforo, artefacto callejero regulador del tránsito, al menos obligaba a un “parate”, a un respiro, a una pequeña apertura de la mirada, a un diálogo con la calle.

Sin embargo, con la autopista, las esquinas desaparecen junto a su rebalsante vida: los animadores fugaces de las esquinas, tales como malabaristas, los limpia vidrios, los vendedores o aquellos transeúntes renegados que suplican por un cobre, todos ellos se esfuman. Al tiempo que también se evapora la circulación callejera, las miradas de los muchachos / as a las muchachos / as, los caminatas apuradas de las damas y los hombres por llegar a tiempo a cualquier lado. La velocidad de la autopista rompe el animismo de la ciudad y lo reemplaza con gigantescas publicidades que se suceden unas a otras. No es que la circulación de la ciudad sea perfecta, armónica, carente de conflictos. Más bien, es justamente la capacidad conflictiva de su animismo lo que la hace interesante. Lo cierto es que la ciudad y los sujetos se mueven al ritmo del tic-tac, pero, a pesar de la fuerza de este tiempo mecánico, hay resistencias, hay enojos con ese modelo de vida maquinal que simula ser perfecto. Entonces, la ciudad explota de animismo, de vida: en sus esquinas, en sus veredas, en sus calles, los sujetos se juegan sus propias vidas, sus propias subsistencias. En cambio, parecería ser que todo el paisaje que ofrece la autopista provoca una mirada estrecha, ciega al conflicto, incapaz de mirar por fuera de su estructura o que hace la vista gorda ante las miserias que cuelgan de sus puentes.

¿Será que autopista, velocidad y ceguera conforman un tridente –letal- para los sueños y miserias que circulan fuera de sus fauces? Quizás tengamos que hacer un esfuerzo para abrir el estrecho mundo que bosqueja la autopista. Vale la pena hacer el intento. A ver... ¡Ahí va! ¡Ahhh! Pero no, no basta con abrir los ojos. Y hay que estar muy atentos...

*Manuscrito hallado en una alcantarilla, bajo la autopista.

Intercambiador Autopistas Acceso Oeste a la Ciudad de Buenos Aires y Gral Paz
BUENOS AIRES - ARGENTINA

Como dijo, alguna vez, un gran Indio: "No nos olvidemos de nosotros, recordémosnos". Juampe

domingo, 26 de agosto de 2007

"Según dicen algunas antiguas tradiciones, el árbol de la vida crece al revés. El tronco y las ramas hacia abajo, las raíces hacia arriba. La copa se hunde en la tierra, las raíces miran al cielo. No ofrece sus frutos, sino su origen. No esconde bajo la tierra lo mas entrañable, lo mas vulnerable, sino que lo arriesga a la intemperie: entrega sus raíces, en carne viva, a los vientos del mundo.
-Son cosas de la vida- dice el árbol de la vida".


De Eduardo Galeano....

El Club de la Pipa III



Acontecimientos

Agitados y repulsivos salen andar
ancianos desventurados que
tropiezan con sus colmillos
y oscurecen el infinito de la calle
y paralizan las últimas sombra de la esquina

Agitados y arrogantes salen a chistar
ancianos fabricantes de miedos que arrastran
presas frescas por el anochecer
y dejan prendida la mecha
que derrite los ánimos que entonaban sus tristezas.

Agitados eternamente destruyen fieras fieles,
y renuevan siluetas a pinceladas de erecciones,
promoviendo y reproduciendo la sombra
en que oscurecen tus dolores intestinales.
y ríen por vos…
y aman por vos…

NR





Allá en la travesía de la calle se cuentan los pasos
para dar vuelta antes que se apague la luz,
se recogen los reojos amasando posibles fugas
y escondites para rezarle a algún dios.
Allí también te cruzas al maldito dios
que arrancan los alientos que te acercan a la vida,
te insertas dentro de un aura sin bellezas
que construyen tus bellezas.

La calle allí, ya no es calle donde poder soñar con relámpagos,
ya no es aire del poeta, y perfume de un mendigo.
La calle allí, ya no es calle del ladrón, ni del tranza, ni del ebrio,
ya no hay gente enloquecida por decirle no al final.
La calle allí se ha poblado de gatillos que revientan tu garganta,
que iluminan tu avenida y oscurecen la verdad.
La calle allí se ha colmado de artefactos y carteles,
que iluminan tus alivios y mendigan tu ilusión.

Allá en la senda de la calle, desaparecieron las esquinas
los atajos y las vías, quedaron rectas sin su nombre
y aluviones que te guían.

NR




Mastica el aliento del paraíso,
solo come del fruto del hombre,
solo sabe comer de él.
Mastica sus deseos que brotan,
porque lastima entrar en parcelas,
sin sentir la seducción.
Mastica del sudor y su resentimiento,
porque carece de eternidad
fuera de ese cruel pantano.
Mastica su lengua insatisfecha,
escupe,
vuelve a devorar,
parece feliz,
vuelve a devorar,
finge su suerte,
vuelve a devorar,
sirve su envoltura,
vuelve a devorar,
es goloso porque sabe masticar,
vuelve a devorar,
es goloso y se aparta el plato,
vuelve a devorar,
desprende su cuerpo,
devora infinitamente, devora…
Le duelen sus muecas,
pero respira, porque siempre se vende tu respiración.

NR



Encuentro

Mil almas traicionan su piel, desvían su paraíso
y no corren al reino del gran premio,
y no olvidan su potencia divina,
y transforman su energía conduciéndola a un terreno,
tan terrestre como su muerte,
pero tan posible como la vida.
Que se hace suya en un encuentro,
y que aunque se envenene con la rutina,
agita todo el suelo, llamando al gran dios
a rendirse a su encuentro,
que solo es de ellos,
de ellos creando,
de su destino,
de su decisión…
El encuentro siempre es insólito…
El encuentro reniega heridas…
Su muerte comienza y termina en el cielo.

NR




Consumo preciado, es solo el lugar.
Consumo perfecto, es ese lugar.
Solo consumo, riqueza y prestigio.
Solo compra y venta, debajo cuelga el corazón.
Es el límite del precio y el deseo,
donde se esconde el desierto de tu vestimenta,
que te protege del deseo insatisfecho,
porque cobardes encienden la luz.
Y todo el tiempo se adorna el espectáculo:
Llantos que no se compran, risas que te enceguecen.
Todo se aspira, todo hasta que ruegues.
Luces que te llaman, fieles a tu oído.
Presos a desearte, presos sin sus llaves.
Puercos intestinos, jarabes de su puerto.
Ofertan a su ángel, recuerdan a sus brujos.
Ofertas que consumen, ofertas sin sus llaves.
Decir no, ese es el juego.
Decir que no, esa es la regla,
¿Por cuantos no, uno es vencido?

NR




Los espacios en donde se cruzan el grito y el silencio
comienzan de diferentes formas:
O recogen la saliva de bocas abiertas;
o son respuestas a una amalgama de labios
que escupen la vereda por verla sucia,
en un estado de ebriedad tal
que no descansaran en las noches,
ni se preocuparan por la salud publica,
porque ellos mismos son la calle,
y ella es a sus pasos.
Hagamos de nuestros barrios
el espacio en donde brindaran
nuestros gritos y silencios
para decir que no al cruel espectáculo,
y por fin afirmarnos en nuestros vinos,
de nuestras uvas,
que hervirán al sol.

NR




Recorrido de una serpiente que intenta envenenar
la dulzura de este mundo.
Y penetra cada agujero para desterrar ternura.
Y humedece a cada labio,
porque puede besar el silencio.
Y se esconde en tus delirios más crueles,
porque se le permite imaginar.
Y funde su veneno a la madrugada,
porque retiene cada instante de pasión.
Y se desliza por tus hombros
atravesando el limite de la intimidad,
Y se aleja por el desierto de los inocentes…
Y se oculta en tus deseos…
Y muere en cada caricia,
para revivir en tu piel,
y volver a ser libre.
La piel de una serpiente cambia con las despedidas,
pero se mantiene suave,
porque nunca se olvidan de su recorrido.
Su huella traspasa tu piel,
como hace el sueño con tu corazón.

NR

martes, 21 de agosto de 2007

Historia de Cronopios y de Famas

MANUAL DE INSTRUCCIONES
Por Julio Cortázar

La tarea de ablandar el ladrillo todos los días, la tarea de abrirse paso en la masa pegajosa que se proclama mundo, cada mañana topar con el paralelepípedo de nombre repugnante, con la satisfacción perruna de que todo esté en su sitio, la misma mujer al lado, los mismos zapatos, el mismo sabor de la misma pasta dentífrica, la misma tristeza de las casas de enfrente, del sucio tablero de ventanas de tiempo con su letrero «Hotel de Belgique». Meter la cabeza como un toro desganado contra la masa transparente en cuyo centro tomamos café con leche y abrimos el diario para saber lo que ocurrió en cualquiera de los rincones del ladrillo de cristal. Negarse a que el acto delicado de girar el picaporte, ese acto por el cual todo podría transformarse, se cumpla con la fría eficacia de un reflejo cotidiano. Hasta luego, querida. Que te vaya bien. Apretar una cucharita entre los dedos y sentir su latido de metal, su advertencia sospechosa. Cómo duele negar una cucharita, negar una puerta, negar todo lo que el hábito lame hasta darle suavidad satisfactoria. Tanto más simple aceptar la fácil solicitud de la cuchara, emplearla para revolver el café. Y no que esté mal si las cosas nos encuentran otra vez cada día y son las mismas. Que a nuestro lado haya la misma mujer, el mismo reloj, y que la novela abierta sobre la mesa eche a andar otra vez en la bicicleta de nuestros anteojos, ¿por qué estaría mal? Pero como un toro triste hay que agachar la cabeza, del centro del ladrillo de cristal empujar hacia afuera, hacia lo otro tan cerca de nosotros, inasible como el picador tan cerca del toro. Castigarse los ojos mirando eso que anda por el cielo y acepta taimadamente su nombre de nube, su réplica catalogada en la memoria. No creas que el teléfono va a darte los números que buscas. ¿Por qué te los daría? Solamente vendrá lo que tienes preparado y resuelto, el triste reflejo de tu esperanza, ese mono que se rasca sobre una mesa y tiembla de frío. Rómpele la cabeza a ese mono, corre desde el centro de la pared y ábrete paso. ¡Oh, como cantan en el piso de arriba! Hay un piso de arriba en esta casa, con otras gentes. Hay un piso de arriba donde vive gente que no sospecha su piso de abajo, y estamos todos en el ladrillo de cristal. Y si de pronto una polilla se para al borde de un lápiz y late como un fuego ceniciento, mírala, yo la estoy mirando, estoy palpando su corazón pequeñísimo, y la oigo, esa polilla resuena en la pasta de cristal congelado, no todo está perdido. Cuando abra la puerta y me asome a la escalera, sabré que abajo empieza la calle; no el molde ya aceptado, no las casas ya sabidas, no el hotel de enfrente; la calle, la viva floresta donde cada instante puede arrojarse sobre mí como una magnolia, donde las caras van a nacer cuando las mire, cuando avance un poco más, cuando con los codos y las pestañas y las uñas me rompa minuciosamente contra la pasta del ladrillo de cristal, y juegue mi vida mientras avanzo paso a paso para ir a comprar el diario a la esquina.

sábado, 18 de agosto de 2007

RESUMEN LATINOAMERICANO (AM. 530)

HABIAMOS QUEDADO CON COMUNICARNOS POR ESTE MEDIO, LOS INTERESES QUE SE QUIEREN COMPARTIR CON VOSOTROS.

HAY UN PROGRAMA DE RADIO "EL RESUMEN LATINOAMERICANO". EL MISMO SE TRANSMITE LOS SABADOS DE 10.00 A 13.00 POR LA RADIO DE LAS MADRES DE PLAZA DE MAYO, ESTA EN EL DIAL 530 AM. COMO DICE EL LOGO DE LA RADIO "LA PRIMERA DE LA IZQUIERDA".

ES UN PROGRAMA, BASTANTE EXTREMISTA (A VECES) PERO ESTA BUENO CONOCER UNA VISION ANTAGONICA DE LA QUE PUBLICAN LOS MEDIOS MASIVOS. PASAN POCA, PERO BUENA MUSICA. ESPERO QUE LES RESULTE INTERESANTE, AUNQUE A VECES ROZA EL HISTRONISMO.

UN SALUDO.

PERSA

martes, 14 de agosto de 2007

"Se publica para no corregir infinitamente" J. L. Borges

Escribo porque me siento, no para ser leido, sino para hablar conmigo mismo. Solo pido disculpas por cualquier incidente.


Oda a las al piano

Teclas de marfil alguna vez fueron
Bach, Beethoven o Mozart.
Seda, caricias, vibraciones, se vuelven negras.
Sonido (talvez voz del todo) forman lúgubres sonidos al igual que cadencias sonrientes.
Método de expresión del Amo (Todopoderoso) o lengua del inframundo para incapacitados.
Todo, pero el todo de las limitaciones, con tus octavas, con tus semitonos, con tus redundancias,
talvez seas el lenguaje universal; para mi sos la mas perfecta de las armas.
Escapaste a las tiranías de la piel y te volviste jazz con Bill Evans,
te volviste loca (reducción) con el roce de Tom Jobin,
te volviste todo en un aparato que oculta su destreza a simple vista,
como el alumno tímido, como tu madre el aire,
como tu ser, la madera.
Eso sos hoy, la madre de mis yemas que buscan hacerse oro,
que buscan hacerse escalofrió, lagrima y
todo esta ahí, solo ahí, en tus nombres, en tus octavas.

(Persa (Mauro))

El club de la pipa II


Su historia comienza en una persecución.
Los brujos del barrio de Villa Paz, enfadados
por su insólito arte, lo empezaron a perseguir.
A nadie le interesaba que sea un
fabricante de paisajes,
y menos que a ellos se dirijan los hombres
antes de desaparecer.
El maniaco hombre,
pasaba todos sus días en la puerta de su casa,
atravesando una angustia muy despiadada,
que hacia de su cuerpo,
un corredor de fantasmas,
que lo internaba en un clamor de voces
y carcajadas,
que recitaban en su honor,
la dolorosa verdad de sus recuerdos.
Cuando los brujos descubrieron aquel maquiavélico arte,
él casi no tenia fuerza para huir,
y de sus brazos comenzaron a crecer raíces
que lo insertaban en la tierra.
Al mismo tiempo crecía el pánico,
el miedo de haberse perdido,
y la puta desesperación,
porque los brujos se acercaban.
Inexplicablemente,
cuando ya estaba por descender,
encontró caído del cielo,
un balón que se estaciono
bajo su suela.
Él con todo el dolor que significaba,
se desprendió del objeto,
en todo un acto violencia,
tras una pegada delicada,
con toda la calidad que lo caracteriza,
llevando al balón
al limite del cielo y la tierra,
donde bailan los sueños,
donde se escucha el ardor del pueblo,
y donde uno recobra su libertad.
¡Que magnifico tiro!, se escucho de repente.
Eran unas mariposas que presenciaron aquel momento,
y salieron al encuentro de él.
Ellas acariciaron al hombre
y le recobraron su fuerza.
Luego empezaron a sobrevolar a los brujos,
a esos siniestros dioses de la obsesión y el encanto.
Los brujos desaparecieron,
en un instante del infinito,
y con ellos las mariposas.
El hombre nunca supo que paso,
quienes eran esas mariposas que recitaron su suerte,
ni porque esos brujos se enojaron con él.
Pero supo que tenia tantas salidas la angustia.
Que ya no necesitaba de ningún arte esplendoroso.
Porque el arte se encontraba en la posibilidad de desaparecer,
sin rumbo,
como aquel balón,
que libre al viento,
abatió las nubes,
abriendo una nueva jugada,
que desvió su fiel camino,
y lo dejo otra vez posando en aquella vereda,
esperando de algún otro balón del cielo,
de alguna otra mariposa que le cante,
y lo introduzca a sus propios paisajes,
dueños de su dicha,
y su desaparición.
Esos paisajes que representaban
el límite de la tierra y el cielo,
donde bailan los balones,
donde se escucha los gritos desesperados del offside,
y donde sopla el silbato,
para comenzar el primer tiempo,
una y otra vez,
y otra vez,
hasta desaparecer de nuevo,
cuando de su garganta
se escape un gol…

NR

Cardiógenes aturdido tras bajarse del tren, que lo conducía hacia el centro del infierno, comenzó a observar que a su alrededor había cadenas que sostenían los cuerpos vivos, y que todas se dirigían hacia el mismo apartamento, inmenso y atormentante, que expedía luces de un gran espectáculo. Las luces se dirigían hacía un escenario que se encontraba en el centro de la plaza del pueblo, en donde bailaban ancianos bajo un aura, que congelaba sus corazones y los convertía en estatuas adornadas de ofrendas y santificados, que enfermaban
al espectador. Estamos hirviendo de fiebre, de tanto saber…

NR


Estaba desplomado en la entrada del viejo hostal.
Le caían gotas sobre su rostro,
provenientes de las plantas de la señora Arteas,
que en su desvelo, casi inoportunamente,
a sus claveles se puso a regar.
Los muchachos que salieron aquella clara noche
a divertirse,
también se encontraron con él,
y en sus necesidades revoltosas,
pasaron y lo dejaron como dios lo trajo al mundo.
Las necesidades se entibiaban en su vientre.
El perro Juan, que acostumbraba recorrer aquellas calles,
al cual se lo conoce como el gran admirador
del almacén del frente,
lo acompaño unas horas nocturnas a este desprestigiado hombre,
arrojándose junto a él, en un esplendoroso sueño.
Nunca pudo olvidar el excéntrico aroma
que le dejo ese admirable perro.
Las necesidades ya no quieren a su vientre.
Cuando llego la mañana, y el portero Antonio,
salio como de costumbre,
silbando el maravilloso tango “Cambalache”,
a regar la vereda,
se encontró con una gran sorpresa.
De repente se escucho un clamor intenso
a lo largo de la ciudad,
proveniente de una vos desgarrada,
que hizo levantar a todos los fantasmas
que quedaron de la noche:
“la puta que los parió”
Las necesidades adornaban la vereda…
Que linda ciudad…

NR


Desafilados y eternamente instintivos tus vaivenes desfilan por veredas en brazas, de tantos sabuesos como vos, que intentan rozar heridas de frías noches, tratando de alcanzar carteles que marquen su dirección. Pero todo se dirige hacia la fosa, aunque parezca que detrás de la calle hay un gran espectáculo esperando por vos. Todo termina en la otra parada, y en tu espera, y otro bondi, que termina bajo otra rejas, donde crees que algún día llegara el regocijo, de poder escapar de tu ciudad. ¿Dónde termina tu ciudad?

NR






Aquella noche, después de que las risas que quieres callar se apoderaran de su cuerpo, y lo castraran en su espejo, salio a cazar algo que lo acerque a su más inoportuna vida. Escupió su saliva en la vereda tratando de sacar su espasmo social, y luego delibero encender su cigarrillo para encaminarse hacia la penumbra del más habitual, el momento de no saber donde ir. Pero si sabía que quería, aunque esa limosna que nos da la vida, siempre se enfrente a la caída del sol, donde te pisan sin saber quien sos, ni a donde te llevaba tu lastima.
Por eso el siempre salía a determinadas horas donde nadie pudiera ver su tenebroso rostro, lleno de callos del paso del tiempo, en un hombre tan miserable que sus pasos dolían tanto, que aceleraba el paso del tren.

“las tristezas son más suaves, cuando se deslizan sin tentarte”

Las risas que quieres callar, ya no correspondían con su angustia, todo lo retraía a un espectro de su inconsciente, manipulable por su dicha. Por eso nunca pudo escapar. Cuando salía seguía encerrado en su penar, en su mugriento mundo de saber que nunca llegaría a ser quien creía ser.
Su locura enfebrecía su frente, cuando imploraba su belleza en un ensueño producto de su inoportuna transeúnte forma de vivir, de su marea diaria que lo recogía día y noche, para volver a donde callan las tristezas, a donde se permite la muerte dirimir, en su insolente fantasía donde choca su consuelo y sus tesoros, donde se excede su inocencia por subir.

NR




“Claridad es estar siempre cerca de las cosas”,
aunque me pierda, y vuelva a enloquecer.
Claridad es ver tus manos en mi almohada
es perder el tiempo en mirarte,
es estar por ser, dentro de las cosas.

NR

jueves, 9 de agosto de 2007

El club de la Pipa


Nacimos para besarles sus labios,
para contarles sus pasos
y sin darnos cuenta
terminamos inyectándonos sus fresas.
Cargamos sus espadas
y somos cobardes;
y cada día probamos;
caímos cobardes.
Fumamos de sus pipas.

NR



Alcanzo a ver una sombra que doblaba por la esquina,
y antes de correr a su encuentro
quedo estancado en la misma baldosa
Su cuerpo se convirtió en un corredor de fantasmas
que borraban sus recuerdos.
Ahí comenzó a elevarse,
dejando rastros de su transito en gotas de sudor.
La sombra retorno
pero ya contaba con mayor esplendor,
de tal manera,
que empezó a sentir que ya era en vano su vuelo.
Se dejo caer
y el ruido de la noche cambio.
Unos violines se encargaron de acompañar
a unos ancianos que salieron al encuentro del nuevo baile.
La sombra comenzó a crecer,
él cada vez más violentamente se desangraba,
y su vergüenza rancia
de no poder escaparle a la sombra,
termino por encogerlo.
No se supo más de él...
La sombra desapareció con el día...
De los ancianos no quedo nada,
hoy sus estatuillas se pueden ver, en la plaza del pueblo.
¿Dónde esta el pueblo?

NR



En una calle de aquel barrio de Villa Paz,
había una leyenda:
crecían flores por debajo de las casas.
Y de que en ese insólito lugar,
vivían corazones vivos,
que se escaparon de sus cuerpos
tras una fuerte tormenta.
Estos corazones huyeron de la calle,
y resistieron su palpitar por debajo de la tierra.
Ese latir feroz es el que les dio la vida,
y el que le da el miedo y la vergüenza
a aquellos pobladores,
por tal elocuente espectáculo.
La calle estaba siempre repleta de extranjeros,
que en su mayoría eran cirujanos y farmacéuticos,
rastreando un negocia frió y misterioso,
que generaba un clima de ebriedad entre los pobladores,
y robustecía cada vez más la leyenda:
ya que con su presencia,
el latir de la calle se estremecía más,
al cual estos científicos,
justificaban,
con una gran orquesta de tambores,
que se desenterraba de una lejana ciudad.
Cuando caía la noche
siempre se divisaba una niebla que iba
desde los pies hacia la cintura.
haciendo del caminar,
todo un extremo arte,
entremezclado con una aguda violencia,
y una desentrañadle pureza.
El latir aumentaba a volúmenes insoportables,
que hacían del soñar algo de otros tiempos,
El insomnio ya no era una característica
de algunos excéntricos,
se propagaba por toda la calle,
incitando a un desfile de bandidos,
que nadie veía ni aplaudía,
pero que cada noche se repetía.
Los desfiles duraban horas y horas,
la calle era una pasarela interminable,
en el que cada participante de aquel
esplendido espectáculo moderno,
esperaba con gran esperanza,
el suceso que lo llevé al final del recorrido.
Era tan difícil y tan cercano el final,
pero era solo cosa de elegidos,
de los elegidos que eran todos,
pero no con tanta suerte.
No con la suerte de poder dejar de latir,
de escuchar y de escapar de aquel concierto.
Porque no era un sencillo desfile de TV,
mas allá que se parezca alguno de ellos.
Estaba la belleza, los espectadores,
la línea que dividía a uno de los otros.
Pero, la principal diferencia residía,
en que acá no había una línea recta,
como en una pasarela.
Lo que hacía distinguir a unos de otro
era el círculo que había en el medio de la calle,
producto de la sombra que hacia la luna de medianoche,
cuando las estrellas desaparecían.
Esa era la verdadera pasarela,
aquella sombra que cada noche era más pequeña,
pero que cada bandido trataba de alcanzar,
casi sin saberlo.
Lo que hacia realmente imposible coronar la noche
con una gran despedida,
era que la calle chupaba a muchos de los participantes,
en cada latir,
llevándolos de nuevo el comienzo,
que ya parecía final,
para todos ellos.
Cuando llegaba la mañana
el sol hacía imposible cualquier posibilidad de dormir,
y los pobladores se juntaban en cada esquina,
repartiendo la píldora de los buenos días,
que transformaban el latir,
en una sinfónica de golondrinas,
que cantaban junto al aquelarre:
“Bailemos con la vida,
que es la espera...
de algún suceso...
que te termina”
Todo este cántico era acompañado
con un ritmo de merengue,
que provenía del perfume que emanaban
las flores,
que con el roció de la mañana,
llegaban a su plenitud.
De esa manera podían seguir…
Más allá que todos los días de sus vidas,
se pregunten, ¿donde estarán sus corazones?,
perdidos tras esa tormenta,
¿a donde abran ido?...
La canción fue su salida y encanto.
Canción que fue vulgarizada y desprestigiada.
Himno popular, en donde todos podían danzar.
En ciertos momentos hasta se escucho en las radios,
en las radios de todo insólito lugar,
aunque nadie la pudo comprender.
Creían todavía que era producto gente
a la que solamente se les arrancaba el cuerpo.
Nadie supo lo de los corazones…
Nadie supo lo de los desfiles de la angustia y de la muerte…
Todos subestimaron la píldora de los buenos días…
Nadie comprendió que Dios les dio,
la más fiel de las muertes,
la muerte más fiel de este imperio,
donde los corazones callan,
y se ocultan,
de lo único que no se puede alcanzar jamás,
la mismísima tierra,
donde ya no hay hombres ni vientres,
solo sus consuelos.

NR




La muchacha caminaba lejos de la noche,
atravesaba cuentos y contaba pasos con las manos.
Luego del grito de un anciano, decidió dirigirse hacia un túnel,
que se encontraba envuelto en una gran sabana blanca,
con un ave inmensa colocada en su entrada,
que dejaba caer de sus alas una gran cantidad de sangre.
Tras introducirse,
una sombra comenzó a seguirla, mientras su cuerpo desaparecía.
Quedaron solo sus ojos que destellaban crueles miradas,
hacia el medio del túnel donde crujían sangrientos roedores.
Comenzó a escuchar un cántico que llegaba desde lejos,
acompañado con un ruido de violines:
"Las trampas de tus sueños llegan adornadas con guirnaldas"
En ese momento la sombra comenzó a acrecentarse
invadiendo todo el túnel.
Ella comenzó a ver la palma de su mano izquierda
de la cual comenzó a sacar una cuerda
con la que se sujeto del picaporte de una puerta
que decía: "Acá no hay risa para los reidores".
La sombra comenzó a transformarse en un remolino,
que la atrapo por largos segundos,
hasta expulsarla.
Su piel empezó a crecer con pedazos de telas
que la hacían verse como un frió espantapájaros.
Pero siguió sosteniendo la cuerda,
hasta que la puerta estalló
y con ella comenzaron a sobrevolar murciélagos
con cara de payasos
que le hacían recordar a su pasado,
y comenzó a gritar,
escupió sudor
y se dejo caer.
Ella trato de levantarse
pero el túnel era muy angosto,
y el miedo la congelo.
Comenzó a escuchar una música más fuerte,
parecía una comparsa con violines y bandoneones,
y un nuevo cántico que decía:
"No sueltes la cuerda de tu corazón..."
En ese momento observo que estaba allí,
era como una especie de arteria que se mezclaba con pañuelos,
y tiro de ella,
y se sujeto.
Apareció en el banco de una plaza,
vestida con largos pantalones y una camisa floreada,
no supo nunca que fue de la sombra, ni de los roedores,
ni de los murciélagos, ni de la excéntrica comparsa.
Al túnel nunca lo recordó,
pero siempre resonó en ella, aquel cántico que decía:
"No sueltes la cuerda de tu corazón,
que el viento destruye tu cuerpo en dos"

NR



Prendió la luz.
Había un ciego esperándolo.
Le contó que existía una píldora
que enrojecía los pómulos y entristecían los ojos.
Apago la luz.
Salio rodando por las escaleras,
compro la píldora,
y desapareció.
Cargamos todos con el peso de su vació,
del vació que significaba la falta de aquel
tenebroso y cínico extravío,
que compraba nuestra muerte en bolitas de látex,
y vendía su coraza,
para que con nuestro odio podremos vengar,
a los ciegos unidos del mundo,
fusilados con píldoras de cristal.

NR



“Sentido, felicidad, tristeza, insomnio,
suicidio, batalla, cuerpo, sangre,
miedo, espanto, alma, corazones,
libertad, violencia, potencia, escisión,
transmutación, cobardía, risas, llanto,
búsqueda, ceguedad, fuego, cielos,
sueños, engaños, jaulas, tesoros,
cadenas, soledad, mierda, escándalo,
religión, heridas, amor, juventud,
yerbas, remolinos, insolación, desesperación,
tierra, perfumes, disparos, compañía,
ciudad, abrazos, pérdidas, encantos,
tentaciones, caprichos, hojas, prisas,
tiempo, tumbas, paraíso, explota...”

NR




Desaparecerá, desapareceré, y desapareció.
Todo olía a excremento
crujía el tiempo,
enloquecían los cuernos del águila,
y escapando a la tempestad
regresará, regresaré, y regresó...

NR

martes, 7 de agosto de 2007

Aguafuertes Porteñas.... Apuntes de apertura

EL PLACER DE VAGABUNDEAR
Por Roberto Arlt

Comienzo por declarar que creo que para vagabundear se necesitan excepcionales condiciones de soñador. Ya lo dijo el ilustre Macedonio Fernández: "No toda es vigilia la de los ojos abiertos".Digo esto porque hay vagos, y vagos. Entendámonos. Entre el "crosta" de botines destartalados, pelambre mugrientosa y enjundia con más grasa que un carro de matarife, y el vagabundo bien vestido, soñador y escéptico, hay más distancia que entre la Luna y la Tierra. Salvo que ese vagabundo se llame Máximo Gorki, o Jack London, o Richepin.Ante todo, para vagar hay que estar por completo despojado de prejuicios y luego ser un poquitín escéptico, escéptico como esos perros que tienen la mirada de hambre y que cuando los llaman menean la cola, pero en vez de acercarse, se alejan, poniendo entre su cuerpo y la humanidad, una respetable distancia.Claro está que nuestra ciudad no es de las más apropiadas para el atorrantismo sentimental, pero ¡qué se le va a hacer!Para un ciego, de esos ciegos que tienen las orejas y los ojos bien abiertos inútilmente, nada hay para ver en Buenos Aires, pero, en cambio, ¡qué grandes, qué llenas de novedades están las calles de la ciudad para un soñador irónico y un poco despierto! ¡Cuántos dramas escondidos en las siniestras casas de departamentos! ¡Cuántas historias crueles en los semblantes de ciertas mujeres que pasan! ¡Cuánta canallada en otras caras! Porque hay semblantes que son como el mapa del infierno humano. Ojos que parecen pozos. Miradas que hacen pensar en las lluvias de fuego bíblico. Tontos que son un poema de imbecilidad. Granujas que merecerían una estatua por buscavidas. Asaltantes que meditan sus trapacerías detrás del cristal turbio, siempre turbio, de una lechería.El profeta, ante este espectáculo, se indigna. El sociólogo construye indigestas teorías. El papanatas no ve nada y el vagabundo se regocija. Entendámonos. Se regocija ante la diversidad de tipos humanos. Sobre cada uno se puede construir un mundo. Los que llevan escritos en la frente lo que piensan, como aquellos que son más cerrados que adoquines, muestran su pequeño secreto... el secreto que los mueve a través de la vida como fantoches.A veces lo inesperado es un hombre que piensa matarse y que lo más gentilmente posible ofrece su suicidio como un espectáculo admirable y en el cual el precio de la entrada es el terror y el compromiso en la comisaría seccional. Otras veces lo inesperado es una señora dándose de cachetadas con su vecina, mientras un coro de mocosos se prende de las polleras de las furias y el zapatero de la mitad de cuadra asoma la cabeza a la puerta de su covacha para no perder el plato.Los extraordinarios encuentros de la calle. Las cosas que se ven. Las palabras que se escuchan. Las tragedias que se llegan a conocer. Y de pronto, la calle, la calle lisa y que parecía destinada a ser una arteria de tráfico con veredas para los hombres y calzada para las bestias y los carros, se convierte en un escaparate, mejor dicho, en un escenario grotesco y es-pantoso donde, como en los cartones de Goya, los endemoniados, los ahorcados, los embrujados, los enloquecidos, danzan su zarabanda infernal. Porque, en realidad, ¿qué fue Goya, sino un pintor de las calles de España? Goya, como pintor de tres aristócratas zampatortas, no interesa. Pero Goya, como animador de la canalla de Moncloa, de las brujas de Sierra Divieso, de los bigardos monstruosos, es un genio. Y un genio que da miedo.Y todo eso lo vio vagabundeando por las calles.La ciudad desaparece. Parece mentira, pero la ciudad desaparece para convertirse en un emporio infernal. Las tiendas, los letreros luminosos, las casas quintas, todas esas apariencias bonitas y regaladoras de los sentidos, se desvanecen para dejar flotando en el aire agriado las nervaduras del dolor universal. Y del espectador se ahuyenta el afán de viajar. Más aún: he llegado a la conclusión de que aquél que no encuentra todo el universo encerrado en las calles de su ciudad, no encontrará una calle original en ninguna de las ciudades del mundo. Y no las encontrará, porque el ciego en Buenos Aires es ciego en Madrid o Calcuta...Recuerdo perfectamente que los manuales escolares pintan a los señores o caballeritos que callejean como futuros perdularios, pero yo he aprendido que la escuela más útil para el entendimiento es la escuela de "la calle, escuela agria, que deja en el paladar un placer agridulce y que enseña todo aquello que los libros no dicen jamás. Porque, desgraciadamente, los libros los escriben los poetas o los tontos.Sin embargo, aún pasará mucho tiempo antes de que la gente se dé cuenta de la utilidad de darse unos baños de multitud y de callejeo. Pero el día que lo aprendan serán más sabios, y más perfectos y más indulgentes, sobre todo. Sí, indulgentes. Porque más de una vez he pensado que la magnífica indulgencia que ha hecho eterno a Jesús, derivaba de su continua vida en la calle. Y de su comunión con los hombres buenos y malos, y con las mujeres honestas y también con las que no lo eran.