miércoles, 29 de agosto de 2007

Autopista, velocidad y ceguera*

Rectas. Curvas. Grandes bloques de concreto que se cruzan y conforman gigantescos firuletes, indescifrables por momentos. A pura velocidad, motores de miles de caballos de fuerza (la frase ilustra tanto la fuerza motriz del equino como la violencia humana sobre el animal) desafían las distancias. Un pie sobre el pedal sirve para consumar el sueño de suprimir las fronteras espaciales.

Los tripulantes de las naves ríen a carcajadas. Los antojos humanos, encorvados por la incansable pujanza del “progreso”, se imponen sin contemplaciones, sin reparar en los probables daños venideros para con las generaciones entrantes. Se festeja el desarrollo técnico en sí mismo.

La gran masa de asfalto incita a la velocidad; a superarse en cada recta, a economizar el tiempo del reloj, ese incansable tic-tac que suena de día y de noche, mientras trabajamos, y mientras soñamos. En este sentido, el reloj mecánico y la autopista son entrañables amigos: se celebra la posibilidad de acortar los kilómetros en el menor tiempo posible, a pura velocidad. El sujeto, mullido en la gomaespuma de su butaca, se sitúa frente a un espectáculo carente de conflicto, fija su vista hacia el horizonte y se deja llevar por esa parábola veloz que lo empuja a la ceguera. Pues, así como la autopista incita a la velocidad, sus efectos sobre el sentido visual suelen ser letales. La vista al frente queriendo superar el interminable horizonte cierra una posible apertura al mundo. El ambiente que propondría la autopista, en principio, es mecanicismo puro: una gran masa mecánica carente de vida, grandes malones de automóviles y cientos de publicidades estáticas.

Los costados son ignorados, olvidados entre el humo de los caños de escape, los ruidos y la altura. La visión lateral se entierra junto a los miles de desterrados de la ciudad. El semáforo, artefacto callejero regulador del tránsito, al menos obligaba a un “parate”, a un respiro, a una pequeña apertura de la mirada, a un diálogo con la calle.

Sin embargo, con la autopista, las esquinas desaparecen junto a su rebalsante vida: los animadores fugaces de las esquinas, tales como malabaristas, los limpia vidrios, los vendedores o aquellos transeúntes renegados que suplican por un cobre, todos ellos se esfuman. Al tiempo que también se evapora la circulación callejera, las miradas de los muchachos / as a las muchachos / as, los caminatas apuradas de las damas y los hombres por llegar a tiempo a cualquier lado. La velocidad de la autopista rompe el animismo de la ciudad y lo reemplaza con gigantescas publicidades que se suceden unas a otras. No es que la circulación de la ciudad sea perfecta, armónica, carente de conflictos. Más bien, es justamente la capacidad conflictiva de su animismo lo que la hace interesante. Lo cierto es que la ciudad y los sujetos se mueven al ritmo del tic-tac, pero, a pesar de la fuerza de este tiempo mecánico, hay resistencias, hay enojos con ese modelo de vida maquinal que simula ser perfecto. Entonces, la ciudad explota de animismo, de vida: en sus esquinas, en sus veredas, en sus calles, los sujetos se juegan sus propias vidas, sus propias subsistencias. En cambio, parecería ser que todo el paisaje que ofrece la autopista provoca una mirada estrecha, ciega al conflicto, incapaz de mirar por fuera de su estructura o que hace la vista gorda ante las miserias que cuelgan de sus puentes.

¿Será que autopista, velocidad y ceguera conforman un tridente –letal- para los sueños y miserias que circulan fuera de sus fauces? Quizás tengamos que hacer un esfuerzo para abrir el estrecho mundo que bosqueja la autopista. Vale la pena hacer el intento. A ver... ¡Ahí va! ¡Ahhh! Pero no, no basta con abrir los ojos. Y hay que estar muy atentos...

*Manuscrito hallado en una alcantarilla, bajo la autopista.

Intercambiador Autopistas Acceso Oeste a la Ciudad de Buenos Aires y Gral Paz
BUENOS AIRES - ARGENTINA

Como dijo, alguna vez, un gran Indio: "No nos olvidemos de nosotros, recordémosnos". Juampe

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Los literatos suponen que solamente tres fueron los escritores del siglo pasado, XX, que la posteridad espera: Borges, Kafka, y Pirindello. Cada uno de ellos representa una forma particular de expresion. Inventaron una palabra para adjetivizar una obra cualquiera basandose en el genesis de los autores mencionados; ellas son borgiano, kafkiano, y pirindeliano. En mi humilde opinion, creo, que se merece tambien, tal distincion otro gran escritor, Julio Cortazar. Pienso que lo arriba escrito es un admirable y conmovedor tributo hacia su persona. Desde mi ignorancia, lo juzgaria deliciozamente cortaziano. Cosa que representa un merito gigantezco.

Persa

Anónimo dijo...

J.P.: no dejes de escribir.........
Tu tia de la vida.....
V.I.