domingo, 14 de septiembre de 2008

No escondamos nuestras bengalas

Aguante, precariedad y creación. Una lectura de Cromañón



1
Este texto parte de una necesidad: hablar sobre Cromañón pero con nuestras propias palabras, hablar como generación, y no dejar que hablen por nosotros ni los medios, ni los viejos chotos, ni los psicólogos, ni las publicidades, ni nadie.
Porque sentimos que Cromañón aguarda ser pensado; el tiempo de una generación se detuvo ese jueves, y es necesario que hagamos lo posible por entender lo que allí pasó.
En primer lugar, tenemos que llevar a cabo un parricidio simbólico; desechar todas esas palabras mudas de los especialistas y de quienes hablaron de Cromañón tanto desde la culpabilización como desde la compasión o la victimización. Decimos que esas palabras se pierden en el abismo generacional, que nuestros oídos no se ven conmovidos ni interpelados por estos relatos escritos con el estilo y la tonalidad de la voz paterna.
Por un lado, los discursos compasivos o culposos de no habernos sabido cuidar no reconocen que están mirando el nuevo contexto social con los ojos ciegos por la obnubilación que produce la nostalgia y la melancolía de lo irremediablemente perdido; no queremos ni necesitamos que nos cuiden, si es que realmente supieran o pudieran hacerlo, porque la mayoría de las veces en ese “cuidado” percibimos un desconocimiento de nuestro mundo y una mirada despectiva hacia él. En nuestros nervios hay más información del presente que la que ellos pueden darnos. Por otro lado, escuchamos también críticas y culpabilizaciones sobre el mundo en que nos movemos: éstas son pronunciadas siempre desde una exterioridad asombrosa, como si nuestra época y la de quienes nos critican no tuvieran ninguna conexión.
Pero también circula un tercer discurso: el discurso de la indiferencia. Esta mirada ni acaricia la cabeza del joven, ni lo repudia insultándolo; no lo ve. En este discurso los muertos de Cromañón no emergen como problema, ni como interrogante, porque no están presentes como vidas de nuestro mundo cotidiano.

2
Sentimos que, en cambio, necesitamos leer la historia desde nosotros mismos, recuperando aquellas maneras de movernos que aprendimos en el tiempo que nos tocó vivir, este mundo marcado por los riesgos, por la precariedad y la incertidumbre. Porque aprendimos a viajar trepados a los trenes (sin tener adónde ir), a no saber si aparece algún laburo, o si el que tenemos sigue la semana que viene. Necesitamos recuperar todas las maneras de adaptarnos y saber movernos que supimos crear en un entorno resbaladizo y cambiante, necesitamos retomar nuestras marcas como generación.
El Aguante es una forma de resistir y crear ámbitos alternativos a esta vida que se escurre de nuestras manos, que carece de sentido y nos angustia. En este escenario plagado de choques fugaces y desencuentros ¿Cómo se construye un nosotros, un yo, una banda, un terreno de referencia, un “terreno sagrado”?
Decimos que aguantar es afirmarse, es apostar por vivir, dando un portazo al refugio privado que nos ofrecen las tecno-cuevas actuales.
La “esquina” guarda en sus cavidades más profundas (casi imperceptibles para oídos mayores) ecos de nuestras voces y de nuestras vidas, quejas por trabajos de mierda, precarizados y súper explotados, parejas que se esfuman con un pestañeo, violencias de policías y de patovas, quilombos de guita...
Pero sabemos también que la esquina no es el punto de llegada sino un punto de salida al que siempre podemos retornar cuando la cosa se pone jodida, porque siempre llevamos un pedazo de esquina en nuestros bolsillos que nos acompaña en cada batalla y cada afirmación.

3
Cromañón es nuestro acontecimiento como generación porque implica la muerte de casi 200 pibes. Y evidencia la plataforma de nuestro mundo actual que funciona a través de contratos miserias, condiciones de trabajo asfixiantes, legislaciones truchas, transportes precarizados, escuelas a las que se les caen los techos. Y es la lógica empresarial la que busca maximizar la ganancia aprovechando y produciendo este escenario precario. En este cuadro Cromañón no representa la excepción sino el ejemplo cruel de la lógica mercantil. ¿Qué es sino elegir una media sombra para ahorrar unas monedas a la hora de poner en funcionamiento un boliche? Y en medio de este terreno precario, nuestras fiestas eran la forma que teníamos de resistir, de crear un suelo por el cual transitar sin dolor. Por eso no debemos caer en auto-culpabilizaciones que borran nuestras fiestas, que ocultan y niegan todo lo que hicimos para vivir en aquel terreno resbaladizo. Las bengalas, el pogo, las banderas, y todo aquel ritual que construimos, no son culpables de ninguna tragedia, ya que no fuimos nosotros los que dejamos un mundo repleto de dinamita.
Todavía no está clausurado ese acontecimiento: todos los días es Cromañón, los 194 pibes están circulando como espectros sin calma por las calles de Once y por los barrios en donde se juntaban a escabiar o fumar, porque el vacío y la ausencia de sus vidas faltantes es una presencia opresiva y sofocante; están en los cánceres que carcomen las vísceras de sus madres que se consumen llorándolos, y están (aunque muchos se hagan los pelotudos y los nieguen) en el mundo del rock, en las bandas que siguen convocando a la amistad y a la pasión de la vida, en los pibes que agitan un tema, y en los hijos de mil putas que llenan sus bolsillos con nuevos hiper-mega-festivales para lavar la cara de empresas caníbales. Cromañón no está cerrado por que está hecho no sólo de cuerpos sino de símbolos: las zapatillas topper, las remeras de bandas de rock, los tatuajes sobre las pieles calientes, los flequillos, las banderas.

4
Asistimos a la entrada definitiva del rock espectáculo, que ya venía ganando terreno, pero poscromañón se transformó en la lógica hegemónica del rock. El rock militante, como plan barrial, espacio del aguante de muchísimos pibes, quedó relegado a una periferia.
Desde hace varios años antes de Cromañón una movida roquera latía en los barrios, un agite que intentaba, como podía, hacer del rock una forma de vida, una vía de escape, de aguante y de creación. Cromañón es una herida profunda a esa innovación, a ese proceso; altera e interviene las energías que circulaban por el rock en ese momento: la industria cultural se apropió del duelo, difundiendo el miedo y los riesgos de los recitales. Luego vino el auge de los festivales: allí se prometía un entretenimiento seguro y sin peligros, al amparo de los sponsors. Los nuevos discursos se articulan con el gobierno de la inseguridad y con la gestión del miedo, teniendo como correlato políticas concretas. Destruir las condiciones en que emergían y crecían las bandas de rock de los barrios es pegar en el centro del plan barrial, patear el hormiguero que juntaba a los pibes y pibas. Después de esto, sobreviene la dispersión, y por supuesto como el show debe continuar: ¡vamos a escuchar rock bajo el refugio de los sponsors!
Sabemos también que Cromañón no es una herida que viene de afuera. Porque la movida roquera que levantaba el manifiesto del plan barrial era una innovación que se daba al interior de la excepción misma, con la excepción como suelo, como punto de partida, y ya en su interior circulaban tensiones y lógicas de mercado.
Cromañón es la herida con sabor a final del juego, pero también es el tablero mismo del juego, de cualquier experiencia que intentemos como generación. Pero no debemos dejarnos aplacar por estas condiciones ni dejar de hacernos preguntas sobre nuestros modos de relacionarnos con esa precariedad, con el mercado, con los poderes.

5
Luego de tantas muertes, la desesperación y la tristeza nos corroen a muchos. ¿Qué relatos se montaron sobre el dolor de lo sucedido? ¿Qué podemos hacer nosotros con este dolor?
La indiferencia, la culpa o la victimización son falsas maneras de elaborar el dolor porque nos niegan; son relatos que intentan transformar el dolor en una cuestión personal, privada. De aquí las figuras de la víctima, el sobreviviente, el arrepentido o el culpable. Es sobre esas lecturas del dolor de lo sucedido donde se montan los grandes festivales que detestamos.
Cromañón es un acontecimiento doloroso que reaparece en nuestras vidas todo el tiempo. Y cada vez que nos golpea entra en juego la elaboración de lo sucedido; para volver ese dolor colectivo y político, motivo de pensamiento, de encuentro y de duelo, claro, pero de un duelo colectivo. Un duelo colectivo es reconocernos en los chicos que no están, reconocer que una parte nuestra quedó adentro de ese boliche y que tenemos que reconstruirnos entre todos luego de esa pérdida (no nos interesa una “curación” individual).
Ese reconocimiento habilita la recuperación de nuestras prácticas, nuestras fiestas, nuestro saber movernos en este contexto de precariedad; permitiéndonos pensar cómo aquel dolor puede ser compartido con un montón de experiencias que van más allá del mundo del rock y de los jóvenes, con una pila de sufrimientos y muertes resultado del mundo precarizado que transitamos en nuestros trabajos, en nuestras viajes y en nuestras ficciones.

Agosto de 2008
Juguetes Perdidos
La declaración entera puede encontrarse en:
www.colectivojuguetesperdidos.blogspot.com

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