miércoles, 17 de octubre de 2007

El club de la Pipa VIII

“La virgen de los deseos” por HB



Retazos de una madrugada nocturna


…se hamacaba entre algunos de sus sueños, movilizándose, intentando recoger un poco de aire de cada uno de ellos, para transitarlos sin reducir la velocidad del tiempo moderno.
En momentos se quedaba flotando en uno de ellos, entre las nubes y el cielo,
pero luego bajaba con mayor velocidad y su miraba se escurría en el suelo temiendo caerse.
Una vida con los pies para arriba, o una vida con la geta en el barro, ese era su desafío.
Instantes arriba, instantes abajo, desequilibrio de la vida, equilibrio del tiempo.
Pero ella ni siquiera sabía que el juego la depararía a una pausa en la inmensidad del vacío, donde se encontraría sola en aquel amanecer, hamacándose en aquella plaza perdida, inventando alternativas al horizonte, desafiándolo en cada parpadeo, aniquilando poco a poco su razón y su ilusión, y dejando que la hamaca siga su destino, y la agité de un lado a otro, aprendiendo a jugar, en la ensangrentada derrota, la encantada victoria, en el llegar al cielo, y en el bajar veloz, hasta desprenderse las manos y reventar sus pies en el intento, mientras la noche la miraba de atrás…

NR



…sus rodillas oprimen su cabeza que rogaba por sedantes.
La vereda recogía desechos humanos, aromas petrolíferos quemados, y un color libidinal de amanecer dominguero, pero ella no sabía que aquel baile sureño no solo la obstinaría a ser la flor que nace del basural, que crece llorando por su aroma, sino que también la desnudaba, la dejaba tan libre que su transpiración hervía a sus placeres.
Pero igual su mirada daba al vacío de la retirada, entonces bajaba su cuerpo fetal en el amanecer, en un anochecer, y en un “dormir jamás”…

NR



…eso era la inestabilidad. Era el mate viejo tomando un color verde oscuro y formando el moho que se fundía con la habitación, con las hojas tiradas en el suelo que daban frases instigadoras. Era un teléfono sonando como lejano y penetrante a la vez, un remolino de sabanas con aroma a sexo, y una silla con montones de prendas de vestir que me sostienen y me desnudan en la soledad, que me acomodan en la vigilia. Y encima de todo se encendía el velador que iluminaba mi sombra y profundizaba mis fantasmas, con sus luces incendiaba las colillas de cigarrillo que se acumulaban en el cenicero, y un murmullo de reencuentros enredan voces pasadas con el silencio que tarareaba a mi vigilia cruel, tratando de encontrar algún pedazo de olvido, alguna palabra que no me llame, que goce sola conmigo en la oscuridad. Pero si eso era el equilibrio, si el murmullo entre almohadas lo encontraba, por dónde tendré que zozobrar, por cuánto tiempo, y en cambio de que, si el sueño de una mañana solo se acomoda, a la paz del abrigo de una noche donde calló.
Y tardé mucho en entender, que aquella inestabilidad no era de la dicha, y ni siquiera de la variedad de nuestros juegos y caprichos. Quizás solo los entusiastas pueden ser estables, pero si tan solo hubiésemos acompañado la pausa del nubarrón que nos esperaba, el reposo del ocioso, cuando los incontables retazos de nuestros vicios, nuestras rebeldías morales, y nuestras enfermedades éticas, desafiaban al tiempo y a la noche de la ciudad, quizás ahí, nuestra más estable inestabilidad, la de los amantes, hubiese rechazado las regalías de aquella noche…

NR

1 comentario:

Anónimo dijo...

Se filtraron escenas al tiempo que leía, Negro. De esas que devienen con sabor y un blanco y negro y brisa de noche de fines de octubre y comienzos de minorías de pasos que van y vienen y dibujan un Hombre que nombra. Puede-(ser)el Hombre de la escena. Que cae y deja caer palabras que producen Sueños-retratos(de Uno). Hermoso el cómo de nombrarlo. (Me dan ganas de leer más)