La pasión según Lean
1ª y 2ª parte
por Sebastián Buffarini
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“Voces que se agitan…”
Teniendo a la vista la muerte insalvable de las grullas, razoné que lo que realmente me ayudaría a rehacer mi vida nuevamente era una experiencia de tipo comunista o religiosa, al fin de cuentas entiendo que ambos viajes “espirituales” padecen de los mismos defectos devotos y pasionales…
Adentrándome a analizar la alternativa por la cual debía inmiscuirme en la postura de extrema izquierda, recordé -con cierto desagrado- que si hay algo que realmente no me gusta es compartir las cosas importantes con gente que no conozco y que, mucho menos, me gusta que me recuerden que las estoy compartiendo. También noté que necesitaba un líder al cual idolatrar profunda y ciegamente hasta perder mis propias convicciones en favor del bienestar de mucha gente que, como era de esperar, no lo merecería. Motivé, para colmo, que no ser comunista a los dieciocho años es tan estúpido como serlo a los cuarenta…me encontraba a mitad de camino casi. En lo que a mí respecta, ya era suficiente análisis para darme cuenta de la inviabilidad de tal alternativa…
Entonces, y teniendo a la vista mi fracaso ideológico-político, comencé a buscar una salida en la segunda alternativa. Me fui en cruzada sacra por fin…
Primeramente, decidí que mejor malo conocido que bueno por conocer, y di por investigar el cristianismo en todas sus variantes. En una lectura fugaz pero efectiva de la Sagrada Biblia, consultando con algunos especialistas, caí en la idea de que todo el mundo es pecador menos el tipo que escribió ese libro y que, lo peor, no existe un modo humano de no ir al infierno. Entonces, luchar por luchar para en el final no conseguir absolutamente nada, no valía la pena. Las terribles contradicciones que surgen del mentado texto, sumadas a las contradicciones que empíricamente se develan en las ampulosas Iglesias me hicieron razonar que en definitiva es una religión que se basa pura y exclusivamente en la fe en un hombre llamado Jesús y sus prédicas sobre amor y hermandad. Por lo poco que leí respecto de ese gran hombre creo que si realmente existió, en cualquier momento debería bajar nuevamente a la tierra para pegarnos a todos una Real Patada en el Culo, puesto que lo que lo habremos defraudado no tiene perdón ni excusa. Quisiera aclarar que soy uno de los que aceptaría su patada sin chistar, entiendo que tendría toda la razón del mundo…
En segundo orden, me fui para con los más parecidos a estos que encontré en teoría: Los Musulmanes. De movida entendí que no era la correcta elección en este momento. Tratar de predicar un modo de vivir tan pacífico y armonioso bajo la sombra tiránica de ser considerado un terrorista por gente que se olvida que en la Edad Media su propio Dios estuvo de vacaciones mientras que acá, en la tierra, cuatro familias poderosas de Italia masacraron a medio mundo en su nombre no me resultaba conveniente. No estaba para héroe. Entonces, con un rótulo puesto, luchar contra tal mediocridad y obtusismo me resultaba inconveniente a esta altura tan particular de mi vida.
Para seguir en la tierra prometida, consulté las bases del Judaísmo… Entendiendo que cualquier comentario respecto de lo que pensara sobre este tema podría ser considerado de índole “nazi” por aquellos que -valga la paradoja- no toleren una crítica en contra de la Torá no resultaba beneficioso. Y por el contrario, tratar de explicar los postulados de la familia de Abraham y Moisés a la intolerancia argentina de hoy en día mucho menos.
Pequeñas comunidades (un tanto divertidas algunas de ellas) se fueron cruzando en mí camino de a una por vez hasta lograr sus cometidos: Hartarme de la religión establecida. Una especie de “impostura de la impostura” se había apoderado de mí. Decidí entonces ser agnóstico. Tanto tiempo tardé en entender tal palabra que tuve que pedir a Dios ayuda para hacerlo…ante tal particular situación entendí también que no era la solución adecuada.
Recordé, por ese entonces, un pasaje de una película que había visto: “El mundo de Dios está en ti y a tu alrededor…”. Calculo que en alguno de los libros que mencioné antes debió estar escrito pero seguramente acompañado con utópicas hazañas que debía realizar para, por fin, contradecirlo. Por el momento, me dije, me quedo solo con la frase.
Allí radicaría mi religión, decidí. “En mí”. Comencé por alabarme pero no resultaba buena idea. Entonces, se me ocurrió una genial idea: Crear mi propia religión. Con libros sagrados, profetas, mandamientos, dogmas, iglesias, etc. Todo completo. Una gran religión.
Había nacido el “Bonzoteísmo”, nombre en alusión a aquel primigenio apodo que me acompaño durante la niñez (bonzo), período de mi vida del que salí demasiado temprano y al cual añoro volver en algún momento.
Tenía un nombre genial ya. Ahora tenía que empezar a edificar mi culto.
Desgraciadamente caí en la idea de que para comenzar mi secta necesitaba una experiencia religiosa que me motivase un poco, alguna experiencia que se vinculara con lo que necesitaba al fin de cuentas: Entender el modo en que se puede olvidar y escapar de las grullas y así ser feliz.
Medité solo por un tiempo…nada. Leí libros por un tiempo…nada.
Al fin de cuentas, volví a la vieja usanza: Salí a la calle. La calle, el lugar que todo lo puede. Si de ahí habían surgido mis problemas, de ahí deberían resolverse. La calle me formó así como soy, así como era. Me enseñó lo poco que se y me contó como chimento lo que nunca quise saber. Me enseñó lugares y me prohibió muchos más.
La calle era la solución y, entonces “si la calle no viene a ti, ve tú a la calle” me dije, plagiando como cualquier otra religión.
Y un día salí a la calle a edificar mi culto…y allí encontré a mi gurú…
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“Vencedores vencidos…”
Como en aquella entrañable carta al mágico mundo del metegol de Gonnet, de un momento a otro no lo llegué a entender. Pero en un amanecer frío como un pedo de pingüino, lejos de casa, mientras buscaba mi gurú por el asfalto, me asustó su irrupción, vestido de larva azul destrozando mi suave deambular de una noche que de agitada tuvo poco. Ahí lo entendí todo. Ahí, por primera vez en mucho tiempo, no me sentí solo:
-“Habrá que acostumbrarse al futuro, el que no nos deja ya tiempo para hazañas. Habrá que, de una vez por todas, tomarlo medio en serio. Es seria y lógica nuestra nostalgia, seguramente cierta, todo tiempo pasado fue anterior. Y eso habrá que sobreponérnoslo”
Me comentó mientras no lo conocía aún…
-“¿Qué, no te acordás de mí, viejo marino, como despreciábamos a la gente que solucionaba las cosas? ¡Cómo me gustaría volver a despreciarla! Nunca entendí ese comportamiento, pero nos salía tan bien que trataba de no cuestionarlo nunca. No me quería sentir equivocado. Era fija siempre nos gustó mas y nos gusta ser parte del problema mas que de la solución. Tiene otros condimentos. Otro sabor. Es adolescentemente febril”.
Me atormentaba con sus palabras, yo no entendía nada.
-“Creo que nuestra virtud fue decir las cosas sin especular. Aprendimos a vernos. Limitamos nuestro tiempo a lo que realmente valía la pena. Es por eso que puedo afirmar hoy que pocos tendrán la amistad que nosotros llevamos. Pocos la han tenido ni la tendrán. Esto es definitivamente por siempre, y es lógico, nunca esperamos nada de nosotros. No es necesario. Estamos atados al factor sorpresa que lo protege todo. Todo al final llega para nos. Felices nosotros, los que nada esperamos de nosotros mismos, porque nunca seremos defraudados”.
Me había artado ya de escucharlo. Me di vuelta y comencé a caminar rápido hacia otro lado. Él, obviamente me siguió.
“-¿He aquí un mundo nuevo que se asombra ante nuestra locura? No. Esto ya lo han inventado, solo que nosotros lo descubrimos. Todo ese resto de cosas inservibles que el mundo ofrece nos da nauseas, nos provoca una sensación tan falsa que la sinceridad que fluye recíprocamente entre los dos se pegaba un culatazo con la botella de cerveza sin terminar la pizza de palmitos. Ay…aquella pizza-“
Definitivamente, aquel muchacho estaba loco. Yo quería una experiencia religiosa como bien dije, un gurú, un profeta, no semejante ejemplar. Seguía hablándome con extraña familiaridad. En un momento me cansé y le supliqué que razonara la posibilidad de que se había equivocado de persona. Me contestó que él nunca se equivocaba de persona. Que hacía mucho tiempo esperaba a alguien para moldear su vida y construir una religión, juntos… Ya todo era sumamente extraño. ¿Cómo era posible que supiese lo que yo buscaba? Religioso pensé… ¡Esto es religioso!
Habría sido genial si tal personaje no hubiese insistido en que me conocía. Seguía desparramando historias sobre tipos que no conocía. Y hasta se bautizó a él mismo con idolatría:
-Si quieres, tú puedes llamarme Lean -me dijo como haciéndome un favor-.
-¿Por qué Lean?- pregunté lógicamente.
-Porque me llamo Lean -molestó.
Caí en que no solo se estaba tornando extraño e indescifrable, sino que además tenía un humor bastante…distinto.
Como rompiendo el hielo que tan mal broma había creado, se esforzó porque lo recuerde y me comentó un par de conclusiones que había extraído de ciertas anécdotas. Anécdotas que, supuestamente, habíamos compartido:
“Era una noche y había que copar la parada. De visita noma’, como realmente vale. ¿Y todo por qué? Por nada, eso fue realmente importante, no teníamos banderas, no defendíamos nada, siquiera a nosotros mismos. Entonces valía mucho más, porque jugársela ahí indicaba que sería siempre más fácil jugársela por algo. Era una noche fría (como, no se si por casualidad o causalidad, siempre fueron todas) donde un tipo hacía fama a su apodo y se comía una que otra petisa del lugar, mientras el otro se encargaba de desalojar el lugar atestado de putos doblegando de dolor a una “borra” que producto de su ingenuidad de jumper se frotaba un limón por la herida provocando una escena de desconcierto para un flaco que, con cara de boludo, miraba impotente ante tamaña muestra de poder de dos tipos que la tenían lunga y estaban peligrosamente decididos.
Nosotros solos, sin que nadie nos ayude, les destruimos diez años de amistad en pocas semanas. Mierda, que es un logro.”
Tal anécdota o lo que sea, me asustó demasiado pero me convenció. ¿Será éste el profeta que necesito para comenzar mi religión? ¿Serán estos los postulados que domarán mi vida de aquí en más? Ante la alternativa de volver a dudar, lo elegí. Adopté a “Santo Lean” como gurú. En poco tiempo descubriremos si fue o no un error. Además me quedaba la duda si realmente me conocía o me estaba engañando. Opté por tratar de averiguarlo yo solo.
Comenzamos a caminar y, así entonces, escribir nuestro evangelio, juntos. En un momento, antes de comenzar el viaje fantástico que pasaré a desarrollar en los capítulos venideros, me dijo como para dar un buen “nuevo” comienzo según él:
“Es hora de ver como me sale hablar como Formento, atarme a una cama de Bariloche, disfrazarme de trébol, depilarme la entrepierna, vestirme con un tutú y escribir frases hipnóticas en francés. Así las cosas, te pido que te mantengas de mi lado y a mi lado, delante o atrás me molestarías.”
Y así, siguiendo en parte sus instrucciones, partimos con rumbo sur…como siempre…
Continuará…
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