“…Quizás podría mirar aquel túnel toda la noche esperando la llegada de una tribu de monos, e intentaría desvanecerme con su presencia como una gota en frente temerosa, pero no era esa la única melodía que me regalaría la noche. Todavía estaban aquellas perdidas diagonales, encrucijadas esquinas, encantadoras rectas, que hacían de mis ojos posibles cegueras, e inventaban paisajes impredecibles e innovadores. Por eso me dispuse a escuchar el concierto que me deparaba la ciudad aquella noche, alguna armonía quizás me ayude a desplazarme…”
“…Podría sostener la distancia como distraído que se sorprende de su sombra, y alterar mis suspiros para que no me devuelvan a la noche, pero no puedo dejar de estar como maltratado en espejo viejo, porque vuelves cuando cierro los ojos…”
“…Miraba todo como asombrado porque padecía de una inagotable inocencia que me perseguía en los encuentros y en los recuerdos. Así y todo, me puse delante de aquel túnel y trate de fundirme en él con mayor familiaridad, intentando exprimir su misterio, para quedarme solo con su profundidad. ¿Hasta donde llegara? ¿Habrá algo del otro lado? Preguntas disueltas en la agonía del misterio. Solo me quedaba abrirme a la oscuridad. Y allí fue donde te encontré como una sombra en callejón de suburbio, fugitiva en innumerables desiertos acompañados, intentando rescatarte de lo lúgubre y los prejuicios que te invadían. Pero aunque no te podía tocar, te sentía en tu aroma de lluvia de madrugada, en tu melodía de risas nocturnas, en las llamadas ardientes del silencio. Y en ese momento, conocí la distancia. ¿Cuan lejos estoy de aquel túnel? ¿Cuan remoto será aquel final? Pero no había tiempo para la respuesta. Siempre corría, pero el tiempo se alejaba, por eso necesitaba esperar, por lo menos para sentirme libre por una hora. Es que lo que con más exacta puntualidad había comprendido, era que el tiempo ya no era el mío, por eso, para recuperarlo comencé a jugar con las esperas, con la paciencia, y con el vagabundeo aquel, donde podía encontrar a los distraídos, a los perdidos, a los que no se amontonan por llegar a empezar. La última parada antes del túnel fue siempre igual hasta ese día. Pero te encontré y conocí la distancia…”
“…A quien le habla el hombre cuando anhela: a un amigo olvidado, a una madre temerosa, a algún abuelo pesimista, a un amor perdido, a un amor deseado, a una utopía difícil de sostener, a la muerte que te apura el paso, o a la vida que te arrincona en el infinito de tu finitud… realmente no lo se. Quizás solo se dirija a si mismo, para ver que puede, y para que todos los demás sepan que pueden, que lo anhelado siempre es posible, no por ser un sueño, sino por ser la penumbra de lo que uno hace, que siempre vuelve mientras salga el sol. Hoy entendí que no podré esperar a que lleguen las mañanas para cruzar el túnel, pero si podré tomar fuerza en la última parada, y retener aquella luz, que cae de los ojos, que baila en la frente, que late en el pecho, e intentare cruzar; para que la noche no se me haga eterna…”
NR
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