La ciudad y la vida…
La ciudad te depara varias señales de tránsito. El vagabundo las codifica y las convierte en cicatriz, y las hace sangrar.
Si uno tiene la aguda percepción del vagabundo, nunca caerá en el error de creer que los transeúntes se movilizan todos de forma autónoma. El vagabundo percibe en cada reojo nuevas corridas de deseos.
Sociología del ciruja:
El vagabundo es como si fuera un eterno extranjero o un niño: No hace caso a las señales o las lee de otra manera. Eso le posibilita que vaya inventándose una ciudad a cada instante.
Cirujeando explora.
Pero hay otro tipo de vagabundos. Son los cirujas que hacen de la ciudad todo su terreno. Borrando fronteras y limites entre la ciudad ajena-pública y su propio territorio conocido. Este tipo de vagabundo es como un animal que vuelve a toda la ciudad un solo y mismo hábitat en donde poder desplegar sus instintos y olfatos. Por eso disfruta de los caminos maltrechos, y recoge los alborotos entre sus dedos –sus cuatro patas desmienten el tacto de los pañuelos–.
Y aquel quijote, más allá de un cuento, puede burlarse de los cimientos sin ser descubierto. Porque no hay finales, ni alusivos principios para este aliado.
Solo sus nudos pueden atar a las miles de ciudades, y solo la ciudad puede atar a los mil pedazos de ciruja que giran alrededor del carro.
¿Y cuántos cirujas cuentan las modas de los ciudades? ¿Y cuantas ciudades miran las modas de los cirujas?
Es que su cara experimenta el vértigo de esos fluidos urbanos. ¿Y cómo hacen las caras largas de los cirujas para estar unidas? ¿Y cómo hace aquel ciruja para dormir?
El ciruja.
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