Acariciaba su pelo recibiendo la paz y tranquilidad que su cuerpo dormido emitía, ya era mas tarde de lo común para levantarse, pero el pensó dejarla dormir unos minutos mas antes de despertarla. Todavía le resultaba extraño tenerla a su lado, en su casa. Recordaba cuantas veces sus caminos se habían cruzado sin intercambiar siquiera una palabra, y ahora le parecía que llevaban años de conocerse, como si su intimidad hubiera florecido de inmediato generando esa comodidad que otras parejas buscan y construyen día a día. A pesar de disfrutar el simple hecho de tener su cuerpo tendido en su lecho, de su pureza inmóvil, de sus leves ronquidos, deseaba el momento que ella despertara.
Cruzaba la calle para meterme en el bar donde todas las tardes le dedicaba un tiempo a mi novela, pero una semana atrás algo había cambiado, mi inspiración se había esfumado junto con mis fantasías, no me quedaban musas ni sentimientos donde refugiarme, me encontraba solo con la hoja en blanco. Tenía la mirada perdida, recorría el lugar como buscando sin mirar cuando empecé a notar que había ciertos detalles que antes no había observado, el baño junto a la barra en el fondo, los cuadros colgados con imágenes de bailarines de tango, las cortinas en las ventanas restringiendo los rayos de sol que brindaban una tenue luminosidad... pero lo que mas llamo mi atención, fue que no me encontraba solo en el bar, una señorita sentada junto a la puerta tomaba su cerveza mientras leía El extranjero. De inmediato supe que la conocía, o que alguna vez la había visto ya que su cara me resultaba sumamente familiar, quizás no era la primera vez que nos encontrábamos los dos en el mismo lugar, pero era la primera que realmente la veía.
El ruido de la calle empezaba a molestarla, todavía tenia sueño pero en seguida noto que estaba siendo observada y se levantó. Nunca le gustó el primer beso de la mañana, la boca seca le dejaba una sensación rasposa así que se levanto para enjuagarse mientras él ponía la pava. No sabia como contarle el episodio del día anterior, tenía miedo que se ofuscara por no decírselo antes y decidió esperar el mejor momento.
Cada día pasaba mas tiempo en el bar, pero ya no escribía, simplemente me quedaba a observarla, analizar sus movimientos. Más de una vez estuve horas esperando que llegara, hasta que ella entrara por la puerta y se sentara siempre en la misma mesa. Otras veces ya estaba ahí, con su cerveza y su libro. Inventé historias sobre su vida, de donde provenía, de que trabajaba, si tenia familia, si vivía cerca, pero nunca pude escribir nada. Me entusiasmaba el hecho de que solo fuéremos los dos en el bar, soñaba con que un día, como todas las demás tardes, algo pasaría de extraordinario y seriamos los únicos que no nos enteraríamos por estar sumergidos en ese restringido contexto. Esperaba alguna excusa para hablarle, pero no sabía bien para que...
La miro acercarse todavía somnolienta y la tomo de la cintura, atrayéndola hacia si. Despedía ese aroma sutil que tanto le gustaba. Corriéndole el pelo que caía sobre su cara, la beso suavemente al tiempo que le ofrecía un mate. Mientras sorbía, ella lo miraba con la cabeza hacia abajo y levantando los ojos, ese gesto entre inocente y perverso que lo había fascinado desde el primer momento y que no terminaba de comprender. Se soltó de su abrazo sonriendo y corrió a vestirse. Se había hecho tarde.
Lo mas extraño era que ella no notara mi presencia, y si lo hizo, jamás me había mirado. No la esperaba por alguna razón en particular, simplemente porque éramos los únicos en aquel bar. Una simple mirada, una inclinación de cabeza, algún indicio cómplice de sabernos allí siempre, los dos. Pero no, ninguna señal, lo cual lograba intrigarme aun mas, llevándome a elaborar mas conjeturas al respecto a la vez que el deseo de conocerla realmente crecía a cada momento. Se me ocurrió que algún día podría seguirla al salir del bar., pero temí que ella se asustara y ya no regresara…
Salio apurada y corrió el colectivo. Estaba molesta, hubiera querido contarle pero odiaba llegar tarde. Sabía que si esas cosas se dejan pasar se convierten en espinas, siempre punzando. No quería reproches, ya había tenido bastantes en su vida y ahora que todo era tan nuevo y tan perfecto no tenía ganas de arruinarlo. Al fin y al cabo no era tan grave, ya vería como se lo decía (si se lo decía). Con esto tranquilizo su conciencia y se puso a mirar por la ventanilla. Le gustaba mirar esos altillos que suelen tener los edificios antiguos, con sus cúpulas. Se imaginaba que allí solo podían vivir pintores o escritores. El vaivén del colectivo le daba sueño y se le empezaron a cerrar los ojos.
Si al menos pudiera escribir una oración, algo que funcionara como disparador para poder seguir con la novela. Pero las palabras habían perdido el sentido, las encontraba inconexas, y si alguna luz se encendía en mi mente, se desvanecía tan rápido como había aparecido, absorbida por las imágenes de esa mujer. Había intentado usarla, redireccionar la energía que ponía en observarla enfocándola sobre el papel, pero tampoco así pude escribir; el solo intento me generaba asco. Y entonces ella no apareció.
Continuo tomando mate, mientras leía el matutino. Quizás ese era uno de sus momentos preferidos del día, el barrio era muy tranquilo por la mañana y el hecho de poder disfrutar de la casa, en soledad, sin la necesidad de pensar en las tareas del día, le resultaba realmente placentero. No recordaba desde cuando no tenia esa sensación, la idea de no tener ninguna obligación le provocaba la ambivalencia del placer y el remordimiento, la opresión del deber ser a la vez del goce infinito. Pero lo que mas disfrutaba era ser el centro de los chismes del barrio, el ¨vago¨ para las señoras de más de medio siglo…
Los días se habían vuelto eternos, todo parecía moverse lentamente. El aire que respiraba me dejaba la sensación de una espesa crema entrando por las fosas nasales, mientras que el bar parecía mas oscuro que de costumbre. El rostro sudoroso al igual que las manos, la mitad del cigarro consumido sin haberle dado más de una pitada, y el latido del corazón retumbándome en el cuerpo me recordaba que ella no había aparecido en dos días, y que todos esos síntomas no podían deberse a otro motivo. Había vuelto a estar solo con la hoja en blanco mirando hacia esa mesa vacía en la que alguna vez había depositado mis esperanzas.
Fue tan tentador, la hoja meciéndose suavemente en su trayecto hacia el piso. No pudo evitar mirar. Solo un par de frases sueltas y un corazón arrebatado por la ausencia que enloquece… La sola idea estremecía su pequeño universo interior. Palabras que jamás habían sonado para sus oídos y que ahora no paraban de retumbarle en la cabeza. ¡Tantas veces habia deseado tenerlas para si y ahora la atormentaban! No podia seguir fingiendo, tenia que decirle que ya lo sabia…
Cerré los ojos un momento aunque no estaba cansado. Un tenue haz de luz se filtraba por la cortina dirigiéndose justo hacia mi rostro, y fascinado por la sensación de percibir la tibieza y luminosidad aún con los ojos cerrados, podía imaginarme en otro lugar, donde abundaran los colores como los que estaba viendo, en donde la inmensidad no tuviera limites, y que no hubiera adonde ir ni de donde volver. El ruido de un vaso cayendo al piso me asusto, abrí los ojos pero estaba obnubilado; comencé a distinguir sombras y voces, todo el lugar estaba lleno de gente, de movimiento. Mi intimidad se reducía sobre mí abandonándome en la multitud, perplejo y atemorizado, tratando de hallarme en el sinrazón. Incluso la mesa estaba distinta, con el café más frío que de costumbre, el ventanal iluminando todo el lugar y tantas hojas como apenas si cabían en aquel rectángulo de madera. Quería revisarlas, pero con el terror de la incertidumbre. Y leyendo la encontré, estaba ahí, sentada en la misma mesa de siempre con su libro y su cerveza, sentí el alivio del encuentro deseado pero sin comprender. Elegí otra hoja y ella llegaba después de horas de haberla esperado, podía encontrar allí todo el dolor que había estado sintiendo, la decepción de los últimos dos días, el encanto y la ansiedad de los primeros. Al fin supe que no tenía que levantar la vista para saber que no estaría allí, ni esperarla para saber que no volvería, así que tome mis cosas, pagué y me fui... Caminaba por la calle como un niño, moviendo los brazos más allá de su cuerpo, de prisa pero sin apuro. La expresión de su rostro reflejaba la ingeniosa sonrisa, como cuando uno recuerda haber hecho o dicho algo gracioso. Así siguió hasta su casa, previo detenerse a comprar un atado de cigarros. Abrió la puerta, la vio y entendió sin demoras, en ese instante de lucidez supo que era ella. ¿Quien más podía ser?
ebea
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1 comentario:
Creo que la búsqueda siempre requiere de un acto de imaginación; que irreversiblemente chocara con lo real, con lo que siente tu cuerpo. Agradezco al autor o autores del cuento, que hayan compartido semejante sensación de juego entre la ficción y la realidad, y esa potente fuerza de superar aquellos límites, no solo para enriquecer la narrativa, sino para sentirlo en la vida misma.
NR
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