“Mejor pues que renuncie quien no pueda unir a su horizonte la subjetividad de su época. Pues ¿cómo podría hacer de su ser el eje de tantas vidas aquel que no supiese nada de la dialéctica que lo lanza con esas vidas en un movimiento simbólico? Que conozca bien la espira a la que su época lo arrastra en la obra continuada de Babel, y que sepa su función de intérprete en la discordia de los lenguajes. Para las tinieblas del mundo alrededor de las cuales se enrolla la torre inmensa, que deje a la visión mística el cuidado de ver elevarse sobre un bosque eterno la serpiente podrida de la vida”.
JACQUES LACAN
Que la revolución empieza por uno. Por casa. La pregunta ante el espejo, por el quién soy entre tanta sombra, entre tanto cielo hablado por tantos sin ojos sin mirada ni voz. Ahí, en el paso que separa el detrás de la puerta. Y ¿qué hay detrás de la puerta? El temor a ser muerto por la palabra. El horror. El silencio que perfora aún más la herida de ser viviente. El ser viviente y ser soportado por otro al que aún no se le ve la cara. Y cuando se empieza a ver la cara, todo se oscurece, porque entonces la palabra no lo puede todo. A veces no se puede hablar. Y entonces, el cuerpo. Y el despertar con los ojos cerrados preguntando quién soy. Y no hay palabra. Y hay que inventarla. Y la invención conlleva tantas muertes.
Manzana.